¿Innovación en crisis?
Por Anil Sadarangani, director de Innovación, Universidad de los Andes
Los grandes avances científicos han marcado la historia durante los últimos 60 años: el descubrimiento del ADN, el código genético, la transcripción y ejemplos de su regulación, proporcionando, entre otras ideas, el dogma central de la biología. Los astrónomos y astrofísicos encontraron otras galaxias y las firmas del Big Bang. Los científicos atómicos desarrollaron la resonancia magnética nuclear (RMN) y la energía nuclear. Los físicos ampliaron los modelos clásicos con las teorías de la relatividad, la mecánica y los campos cuánticos, mientras lanzaban el modelo estándar de partículas elementales.
Algunos de estos avances surgieron de la academia y otros de los grandes laboratorios de investigación industrial donde se valoraba el pensamiento puro junto con mejores productos. Pero si hay un elemento común en todos ellos es la asociatividad que existió con la industria o la empresa privada. Pero, ¿qué ha pasado en los últimos 25 años?
Si bien podemos contar la masificación de Internet, nuevos dispositivos de imágenes médicas, avances en biología molecular y edición de genes, verificación de ondas de gravedad y otros inventos y descubrimientos notables que, a menudo, requerían saltos de imaginación, análisis matemáticos profundos y conocimientos técnicos ganados con esfuerzo se puede concluir que, en su mayoría, estos grandes avances se han ido desacelerando.
Y esto es una gran paradoja, porque hoy en día hay más científicos y se destinan bastantes más recursos en investigación que en la década del 60, pero el ritmo de la innovación fundamental, los tipos de teorías y prácticas que alimentan el “funnel” del progreso futuro, parecen estar desacelerándose.
Al parece, la ciencia esta más definida por grandes proyectos que por grandes ideas. Es decir, estamos más tiempo anunciando ideas que gestionándolas. Y si bien en estos últimos dos años, en los que hemos vivido en medio de una pandemia, los científicos han vuelto a adquirir una relevancia que no habían tenido en el último tiempo, es necesario hacer una revisión de los incentivos hacia esta disciplina: queremos seguir teniendo investigadores que escriban solamente artículos científicos o que además entreguen resultados efectivos y reales a la sociedad, como las vacunas contra el Covid.
Frente a esta realidad, surgen distintas preguntas, como ¿cuáles serán esas mejores prácticas que muchas veces se cuestionan? o ¿cómo preparamos a Chile para que lidere ciertos aspectos de I+D donde tenemos una ventaja competitiva? Pero la más importante que hay que hacerse es si la innovación está en crisis y qué podemos hacer para volver a encontrar soluciones que impacten a la sociedad.
Una posible respuesta es que las universidades asuman esta responsabilidad y se hagan cargo del problema desde la formación de pregrado, incentivando a los estudiantes a salir del status quo y formar a los futuros agentes, incluyendo la formación STEM y la innovación como herramientas claves de cualquier egresado del Siglo XXI.
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