Opinión

Invierno demográfico y bienes de la comunidad

Invierno demográfico y bienes de la comunidad

Y nuevamente se ha puesto en el centro de la discusión la posible crísis demográfica que enfrentará nuestro país. Los discursos más vehementes proceden de quienes temen por las repercusiones económicas y la crisis que supondrá la falta de brazos para sostener lo que quede del Estado de bienestar en el futuro. Se habla de “invierno demográfico”, preludiando la época en que los brazos que sustenten la economía no estarán porque no nacieron.

Por otra parte, desde la política, se ha explicado que la crisis es consecuencia de una realidad de nuestro país que ha restringido las condiciones para tener, criar y educar a sus hijos. Hay cierta hostilidad a la idea de planear un embarazo si después no hay acceso seguro a la crianza, a la sala cuna, a la educación y a la salud, resignando la conciliación entre el mundo del trabajo y el de la familia.

De alguna forma, ambas perspectivas prácticas de la discusión presentan el problema de un modo en que los hijos de nuestra patria son presentados como medios y no fines en sí mismos.

Desde una filosofía moral y política que implica una comprensión de la naturaleza humana, como ser racional y comunitario, es necesario responder a estos desafíos, ya no sólo desde un discurso economicista e individualista, sino humanista y comunitarista.

En un conocido libro de A. MacIntyre, este sostiene que los bienes de la vida familiar se alcanzan en los bienes de la comunidad y junto con estos. En general, el bien común de una familia sólo puede alcanzarse en el proceso de conseguir los bienes comunes de la comunidad a la que pertenece. No cabe duda, dice, que la familia es un elemento fundamental e indispensable de la comunidad y muchos aspectos de la vida familiar exigen el ejercicio de las virtudes del reconocimiento de la dependencia. Las relaciones de los padres con sus hijos pequeños, así como la de los adultos con sus padres ancianos son casos típicos de relaciones que solo pueden sustentarse en virtudes muy distintas de la autonomía individualista. Lo mismo ocurre cuando cualquier otro miembro sufre de alguna discapacidad temporal o permanente. Este planteamiento recoge el discurso central de la ética comunitaria, que señala que es principalmente en la comunidad donde se puede resolver esa tensión entre la autonomía personal y la experiencia de la dependencia. Y esta relación permite el florecimiento humano en un tipo de comunidad particular que es la familia humana. Esta lógica que se desprende de los datos precedentes, es decir, la pareja humana que sueña con traer al mundo hijos, ya sea que enfrente el futuro con certeza o incertidumbre, implica el desarrollo de virtudes éticas, pero también una cultura receptiva a la nueva vida que permita más comensales en su mesa.

Por Soledad Alvear, abogada

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