Jaime Guzmán: memoria en disputa

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Por José Manuel Castro, Instituto de Historia Universidad San Sebastián

“Mataron a Guzmán…unieron a Chile” tituló la portada de la revista Ercilla a días del asesinato de Jaime Guzmán. No se trataba de un titular escogido al azar, sino que, por el contrario, recogía el efecto político que había producido el crimen del senador el 1° de abril de 1991. Junto con remecer el proceso de transición a la democracia que experimentaba entonces el país, tanto el gobierno de Patricio Aylwin como la oposición cerraron filas en torno a la condena del terrorismo y la violencia política. En efecto, diversos actores de una recién iniciada década de los 90 comprendieron que, más allá de las legítimas diferencias entre izquierdas y derechas, el asesinato del líder gremialista era un crimen abominable que contradecía principios democráticos mínimos. Cualquier intento de justificar el crimen de Guzmán implicaba cuestionar los fundamentos mismos de la democracia chilena.

Desde entonces, la figura de Jaime Guzmán ha sido materia de estudio de investigadores y académicos en Chile y el mundo. Historiadores y filósofos, así como cientistas políticos, juristas y sociólogos, han buscado comprender el rol jugado por uno de los principales líderes de la derecha chilena, quien ha sido considerado como uno de los personajes centrales de la historia política nacional en el siglo XX. Diferentes estudios han buscado comprender sus ideas políticas, ha sido valorado como político católico sobresaliente, también se ha examinado el papel que jugó en episodios clave de la trayectoria nacional, como la reforma de la Universidad Católica en 1967, la fundación del gremialismo, la articulación de la oposición gremial y estudiantil contra la Unidad Popular, su papel protagónico en la redacción de la Constitución de 1980 y en la transición a la democracia. Si la actual democracia chilena es el resultado de los procesos, tensiones y rupturas de los treinta años que abarcan el periodo 1960-1990, existe un amplio consenso en que Guzmán fue uno de los actores que jugó un papel decisivo en la orientación de los cambios que dieron origen a esta democracia.

Sin embargo, no solo es posible acceder a la historia reciente de Chile a través de estudios académicos, sino también desde la perspectiva de la memoria. Desde el mismo 1° de abril de 1991 y hasta la actualidad, se han conformado memorias históricas divergentes sobre Jaime Guzmán y el significado de su asesinato.

En un primer momento, profundamente conmovidos por el crimen, hombres y mujeres del mundo político, social y cultural, junto con expresar su repudio al asesinato, subrayaron su compromiso con la democracia y el combate del terrorismo. En un sentido discurso fúnebre, el entonces presidente del Senado Gabriel Valdés enfatizaba: “Que no haya en Chile más miradas ni voces de odio, que no se engañe a ningún solo joven pretendiendo que hay heroísmo en la cobardía brutal del terrorista. Que no se equivoque una sola madre en pensar que un acto de violencia puede robustecer la paz de algún hogar. Que no se confundan los lazos que unen a hermanos, con simpatías por el que mata por odio. Que no se manche la amistad, con debilidades frente al crimen. Aislar a los bárbaros que practican el terror: el compromiso que debe unir a Chile en hora tan triste. Aislar a quienes no condenan categórica y abiertamente la violencia”. Por su parte, el diputado Carlos Smok –en nombre del Partido Socialista, el Partido por la Democracia y el Partido Humanista– expresaba: “nosotros, como representantes de la izquierda, sentimos la muerte del señor Guzmán como la agresión al sistema democrático… El país entiende que las balas que troncharon la vida del senador señor Guzmán no estaban dirigidas solo a él ni a un sector político en particular. Son balas que apuntan contra el sistema democrático; son balas que hieren a Chile, en su integridad”. Juan de Dios Vial Correa, rector de la Universidad Católica, destacaba el sentido del sacrificio de Guzmán: “la mano asesina que lo hirió, escribió sin quererlo con la sangre de Jaime, su mejor elogio: ‘Este hombre vivió para entregarse hasta el extremo, por su patria, por su pueblo, por su fe’”.

Con el correr del tiempo, la inicial condena mayoritaria al asesinato de Jaime Guzmán ha dado paso a una progresiva –si bien todavía marginal y algo avergonzada– justificación del crimen, especialmente en sectores de la “nueva izquierda”. En efecto, desde el 2011 hasta la actualidad, una parte de la izquierda –evocando antiguos anhelos revolucionarios y actualizando contactos con quienes fueran miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez– ha planteado, junto con su visión sobre la historia de la democracia chilena, un relato alternativo sobre la figura de Jaime Guzmán y el significado de su asesinato. Alineados con la visión de los perpetradores, el asesinato de Guzmán no sería un atentado terrorista sino un acto de justicia popular, realizado no por un comando terrorista sino por guerrilleros idealistas que militaban en el autodenominado “brazo armado del pueblo”. Esa es la postura del frentista Mauricio Hernández Norambuena –el “comandante Ramiro”, condenado por el asesinato del exsenador– quien recientemente ha expresado que el asesinato de Guzmán fue una operación “justa desde el punto de vista ético”. No son pocos quienes han sostenido posiciones similares. Ya sea para reafirmar sus convicciones, para contentarse con sus audiencias radicalizadas o mediante exabruptos de los que pronto han debido retractarse, diputados como Marisela Santibáñez, Gabriel Boric, Pamela Jiles, Carmen Hertz y Jorge Brito han relativizado el crimen de Jaime Guzmán o bien reivindicado la vía armada impulsada por organizaciones terroristas como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

La polémica en torno al asesinato y a los asesinos de Jaime Guzmán seguramente ocupará más páginas en la prensa nacional, especialmente en la coyuntura política y constitucional actual. Si es cierta la frase de George Orwell, “el que controla el pasado controla el futuro”, el debate sobre el crimen de Guzmán será decisivo tanto en la disputa sobre nuestra historia reciente como en el actual debate sobre violencia política y terrorismo. Una nueva demostración de que historia reciente y debate político están estrechamente relacionados.