Opinión

¿Jesús migrante?

JAVIER SALVO/ATON CHILE

Comienza Semana Santa y vale la pena reflexionar sobre la vida de Jesús. En el debate migratorio suele aparecer el argumento de que Él, siendo niño, fue migrante y refugiado junto a su familia, que habría escapado desde Belén hacia Egipto, arrancando del infanticidio decretado por el Rey Herodes Magno el año 4 a.C., al final de su reinado. La única fuente bíblica de este relato es el evangelio de Mateo, pero la locura paranoica y asesina de Herodes I es relatada por Flavio Josefo. Herodes era de origen idumeo y fue nombrado rey local el 40 a.C. por el Senado romano, realizando durante sus primeros años grandes obras. Tuvo 10 esposas y 15 hijos, por lo que las intrigas sucesorias palaciegas se volvieron comunes en su vejez. De hecho, ordena la ejecución de tres de sus hijos el año 6 a.C.

José, María y Jesús se habrían establecido en Heliópolis, una de las principales urbes egipcias, a esperar que las cosas se calmaran. Uno asume que durante ese periodo José ejerció su profesión de carpintero, y trabajo no debe haber faltado. En ese tiempo Egipto tenía la segunda ciudad más grande del Imperio Romano, Alejandría, y era una zona rica y próspera, donde se producía casi todo el trigo consumido en Roma, pero, además, confluían cientos de rutas comerciales marítimas y terrestres.

Visto así, el argumento sobre el Jesús migrante y refugiado parece inobjetable. Sin embargo, la huida de su familia no ocurre entre dos soberanías diferentes, sino que es un desplazamiento entre dos unidades administrativas del mismo Imperio Romano. De hecho, se mueven desde una zona de menor influencia imperial, donde hay un rey local designado por Roma, a una que está directamente bajo el control del Emperador Augusto, fundador del Imperio. Y vuelven a Belén en la víspera de que los habitantes de Judea pidan a los romanos terminar con la Casa de Herodes y tomar control directo de la zona, lo que ocurre el año 6 d.C., con la creación de la provincia de Judea y la designación de su primer prefecto.

De este modo, la huida y retorno de la familia de Jesús de Egipto tiene distintos niveles de significado que deben ser ponderados. Hay uno mesiánico: la etapa egipcia de Jesús tiene ecos inconfundibles de la historia de Moisés, quien escapa del (otro) infanticidio ordenado por el faraón en Egipto para luego liderar a su pueblo hacia una libertad mayor. Pero también hay un significado político: el Imperio Romano aparece como una fuerza benigna, habilitadora de esta nueva liberación del pueblo de Israel. Y este segundo elemento no es algo que haya sido pasado por alto en la época: la idea del carácter providencial del Imperio de Augusto aparece con total claridad en muchos de los apologistas cristianos, incluyendo a Lactancio. No puede ser mera coincidencia, nos dicen, que la fuerza imperial destinada a sostener unido y en paz al mundo conocido haya emergido casi al mismo tiempo que nacía el Mesías.

Los cristianos que, de buena fe, pretenden defender a los migrantes apelando a la historia de Jesús deberían reflexionar a partir de esta dimensión política del episodio egipcio. El orden y la paz temporal, establecidos mediante la ley respaldada por la fuerza, son fundamentales para efectivamente proteger a migrantes y refugiados que escapen de lugares consumidos por la violencia y la arbitrariedad. Si no son establecidos y protegidos con decisión, el caos del que escapan los migrantes traspasará las fronteras junto con ellos. Esto significa, necesariamente, que no cualquier volumen migratorio es aceptable, sino que debe ser uno funcional a mantener las condiciones que hacen atractivo al país para migrar a él. Del mismo modo, exige que los migrantes sean recibidos con miras a la integración y la colaboración con el orden que les ofrece una mejor oportunidad, así como que la Iglesia muestre un compromiso abierto con la reparación, si es necesario con injerencia extranjera, de los países rotos por la tiranía y el abuso. De lo contrario, el mensaje cristiano sería que es correcto arruinar la ciudad temporal -la que expulsa nacionales y la que los recibe- en nombre de la celestial, lo que implica un maniqueísmo contrario a la verdad revelada, además de contrario al sentido común.

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