Juan Barrios
Por Jorge Burgos, abogado
Como dice Ian McEwan en su conmovedora novela Chesil Beach hay momentos en que la historia contiene la respiración, que duda puede caber que este -que vivimos- es uno de ellos. No es fácil resistir el natural impulso de escribir sobre la pandemia que nos azota. Hasta esta columna, no lo había logrado, me parecía podía considerarse incluso frívolo intentarlo.
Rompo la inhibición autoimpuesta, no para hablar de temas, que con razón están en la agenda, como lo que acontece en el Tribunal Constitucional. Quién iba a pensar el profundo daño que desde dentro se recetaran, dando pábulo y tribuna a quienes plantean su supresión. De triunfar esta tesis constituirá un grave retroceso. Todas las democracias que han cambiado su Constitución han establecido una justicia constitucional autónoma.
Regreso al motivo central y destino las palabras que faltan a Juan Barrios, chileno , de profesión camionero, 54 años, que el pasado 9 de febrero producto de la acción de delincuentes, resultó con un tercio de su cuerpo quemado, un mes después de los hechos como consecuencia de las brutales quemaduras fallecía en la Posta Central.
Si no me equivoco, es él la primera víctima fatal de este tipo de atentados incendiarios que tienen como objetivo el transporte terrestre en La Araucanía. Con seguridad, si se llega a dar con el paradero de los malhechores, argumentarán que no sabían que el chofer dormía en la cabina, pero convengamos que no era difícil representarse esa situación, atendidas las prácticas habituales no podía sino preverse. De Juan Barrios, a diferencia de otras personas que sin justificación alguna perdieron su vida en el marco de la violencia, se habla poco, no ha habido marchas, ni peticiones de fiscales exclusivos, ni fuertes declaraciones por la impunidad en que aún se encuentra su crimen. Vaya uno a tener certeza del por qué, pero lo cierto, usando un término de moda, se invisibilizó.
En estos días en que informan los medios de una suerte de rebrote del delito en la macro zona, de nuevas técnicas operativas de los grupos violentos, de reivindicaciones diversas a las conocidas, preocupa una cierta ausencia de respuesta de las autoridades, cierta inacción. Si a eso se une que la búsqueda de derroteros de fondo para empezar a superar un conflicto de décadas no se supo más, se completa una ecuación compleja.
Que la muerte de Juan Barrios no se olvide, que el significado del hecho delictivo que terminó con la vida de un trabajador modesto, sin redes, nos convoque a retomar la prioridad que tiene el conflicto no resuelto.
Su vida era tan valiosa como la de aquellos que con anterioridad cayeron en acciones dolosas de delincuentes o agentes del Estado. Olvidarlo hablaría muy mal de nosotros.
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