Columna de Juan Ignacio Brito: Una ola con resaca
¿Consolidaría un triunfo de Lula da Silva en Brasil la “ola izquierdista” que sacude a América Latina? Desde México hasta Tierra del Fuego, los principales países de la región quedarían bajo gobiernos progresistas. Pareciera una tendencia aplastante. Pero la realidad tiene matices y las apariencias resultan engañosas.
A solo siete meses de haber llegado al gobierno, Gabriel Boric apenas tiene el apoyo de uno de cada cuatro chilenos. La otra estrella en ascenso del firmamento de izquierda latinoamericano, el colombiano Gustavo Petro, ha visto duplicar el rechazo a su gestión en apenas dos meses: ha pasado de 20% a 40% (aunque 46% aún lo apoya). En Perú, Pedro Castillo se sume en el descrédito en medio de acusaciones de corrupción; tras 15 meses en el poder, 69% de los peruanos dice sentir vergüenza, rabia o decepción cuando piensa en el mandatario, mientras solo al 21% le evoca esperanza. En Argentina, 68,3% evalúa negativamente la gestión de Alberto Fernández.
La mayoría de los gobernantes de la izquierda latinoamericana llegaron a sus cargos montados en una ola de decepción con el establishment. Prometieron cambios profundos, lo cual, junto a su condición de outsiders no contaminados por las prácticas de la política tradicional, les permitió ganar las elecciones. Sin embargo, eso mismo hizo que arribaran al poder sin partidos políticos estructurados ni apoyo parlamentario.
La escasa experiencia, el elevado tono de las promesas de campaña sobre las cuales construyeron sus triunfos electorales, el difícil ciclo económico, los errores propios, las disputas internas y el limitado control de la agenda legislativa han provocado que muchos gobiernos de la “ola progresista” registren una popularidad a la baja y enfrenten un dilema. Si perseveran en sus agendas refundacionales, conducirán a sus países a la crisis y profundizarán la espiral descendente de popularidad que ya experimentan; si, en cambio, negocian sus promesas de campaña para hacer viables cambios consensuados con la oposición, terminarán siendo y haciendo aquello que criticaron: partidos reformistas que contemporizaron y relativizaron sus convicciones.
En Venezuela y Nicaragua, los gobernantes decidieron obviar este problema recurriendo al autoritarismo y hundiendo a sus países. Aunque depende de la realidad de cada cual, esa es una posibilidad que no puede descartarse (parece ser la que está explorando, por ejemplo, el popular Andrés Manuel López Obrador en México).
Pese a estar aparentemente en la cúspide de su influencia, la izquierda latinoamericana enfrenta obstáculos muy serios que tienen que ver con que muchos de sus postulados, en realidad, no sintonizan con lo que la gente quiere. Al final América Latina es, en muchas dimensiones, una región conservadora.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
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