La buena estrella

Plebiscito


La impresión general de anoche era que la jornada había sido muy pacífica, que los niveles de participación habían superado a los que la cátedra esperaba y que el triunfo del Apruebo era aplastante. Lo primero, la normalidad de la elección, disipó el fantasma de la violencia que había estado rondando sobre el escenario en las últimas semanas. Lo segundo, la afluencia de votantes, que pareciera haber sido grande, representó un baño de vitalidad que el sistema político estaba necesitando a gritos y lo último, el triunfo que se veía venir, recordó que en la política chilena las grandes sorpresas simplemente no existen. Que todo esto haya tenido lugar en un contexto de pandemia, con un desempeño impecable del Servel, del gobierno, de Carabineros, de las Fuerzas Armadas y de una ciudadanía. que acató con responsabilidad los resguardos sanitarios, hace doblemente meritorio el desenlace.

El proceso al que ahora entraremos será seguramente largo, trabajoso, incierto y tenso. En ninguna parte del mundo una nueva carta magna se hace de la noche a la mañana. Menos aun cuando la escena política está muy polarizada, cuando la crisis económica arrecia y cuando la idea motriz de parte importante del electorado es inspirarse dentro de su metro cuadrado frente a la página en blanco. Nada de esto juega a favor de una buena constitución. Pero es algo que hay que hacer y que no se puede seguir postergando. Los países no eligen el momento de su cita con la Historia. Lo importante es no eludir el encuentro, por desfavorables que sean las circunstancias.

No obstante que sopla mucho viento en contra para la estabilidad, la sensatez y la moderación, de ninguna manera habría que subestimar la buena estrella de Chile. Este es un país que tiene suerte y a eso muchas veces los historiadores le han llamado la excepcionalidad chilena. Otros dirán que es la Virgen del Carmen, que es la confluencia de extremismos geográficos o de benévolas configuraciones astrales. También se dirá -lo que es mucho más prosaico- que lo que aquí manda es la sensatez de la gente. Lo concreto es que este es un país que tuvo una dictadura que -cosa rara- acató el resultado de un plebiscito que perdió. Que después, contra todos los pronósticos, hizo una transición impecable del autoritarismo a la democracia. Que en seguida le alcanzó a tomar el olor al desarrollo, luego de tres décadas de crecimiento glorioso. Y que, a pesar de haber sido señalado desde siempre como nación cartucha y conservadora, eligió más temprano que tarde como presidenta a una mujer, y no a cualquier mujer, sino a una mujer divorciada, sola y templada a lo largo de su vida en una adversidad tras otra.

Si, son rasgos bien atípicos y que, por lo mismo, no debieran configurar una reserva histórica o moral contra la cual podamos girar indefinidamente. Pero pareciera haber algo en este país que suele rescatarlo a último minuto de la hecatombe, incluso cuando nos asomamos a precipicios reales, simbólicos o anímicos. A pesar de todo -de la crisis política, de la crisis económica, de la pandemia, de la desconexión del gobierno con la ciudadanía, del descrédito de las elites políticas y de las propias contradicciones del electorado- la ciudadanía está confiada y el país por primera vez en su historia se quiere poner de acuerdo en la constitución que nos regirá en el futuro. Por lo mismo, no hay por qué descartar la buena estrella. Si vuelve a acompañarnos, podríamos a salir de esta experiencia no solo airosos sino además muy fortalecidos.