La “buena” y “mala” política
Por Juan Carvajal, periodista y ex director de la Secom
Pensando sobre el tema de esta columna, me motivaba describir la distancia entre las elites y las percepciones de la gente sobre la política y sus instituciones. Me di cuenta que era más simple graficarlo con una historia de vida.
Fue a fines de 1972, cuando vi en un kiosco santiaguino la portada de Posición -uno de los tantos periódicos de la época- a Renán Fuentealba de cuerpo completo denunciando que se preparaba un golpe militar en Chile. Yo tenía en esos momentos 20 años y como dirigente estudiantil me sentía plenamente involucrado en el proceso de cambios que se vivía en Chile, y estaba muy lejos de mi imaginación que años después tendría el honor y placer de conocer, trabajar y compartir con ese verdadero prócer e incomparable exponente de la política chilena.
Renán Fuentealba ejercía entonces como Presidente de la DC y le tocaba enfrentar difíciles momentos en su partido, dividido frente a una realidad institucional en que la derecha golpista buscaba con desesperación conformar un bloque que apuntara al derrocamiento del gobierno de Salvador Allende.
Veinticinco años después, el 14 de octubre de 1997, se produjo un terremoto. En la zona del epicentro -la región de Coquimbo- al menos 5 mil viviendas fueron destruidas y alrededor de 15.700 resultaron dañadas. El desastre que afectó a la zona fue de tal magnitud que en el comité político de La Moneda se decidió que era necesario que alguien fuera a apoyar el trabajo de coordinación para la reconstrucción y el inolvidable Claudio Huepe, subsecretario de la Segegob, me encomendó dicha tarea. Para entonces, yo había organizado varios seminarios en La Serena y había entablado una armoniosa relación con el intendente Fuentealba, a quien se le temía por su fuerte carácter. Así, cuando Renán Fuentealba Moena tenía 80 años -24 años transcurridos de la portada pre golpe relatada-, conviví y trabajé con quien inscribió su nombre y obra con grandes letras en la historia reciente de Chile.
El exparlamentario, exregidor, siete veces presidente del partido de la Falange y exintendente de Coquimbo fue uno de los pocos dirigentes democratacristianos que se manifestaron contra el golpe militar, firmando la conocida “Declaración de los 13″ y luchó toda su vida por la democracia, los derechos humanos y la justicia social.
Cuando hoy muchos hablan de “buena” y “mala” política, o creen ver diferencias generacionales en los estilos de abordar los problemas del país y del mundo, bien vale recordar con emoción a este entrañable “viejo”, que fue capaz de darle un aire joven a la política, que instauró un clima de respeto por la función, que dio el ejemplo de cómo se hace gestión y que al fallecer a los 104 años dejó un ejemplo imperecedero de una vida dedicada al servicio público, sin que nadie haya podido adjudicarle comportamientos o acciones -ni privadas ni públicas- reñidas con la ética o la moral.
Al fin y al cabo, una buena muestra de que la verdadera política es una sola y que para cumplir con sus propósitos solo se requiere, dedicación, consecuencia y entereza moral.
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