Opinión

La centroderecha ha muerto, la mató Matthei

JAVIER TORRES/ATON CHILE

Las recientes decisiones que ha tomado Evelyn Matthei demuestran que no tiene un interés en continuar el proyecto de derecha democrática que construyó, con mucho ahínco y resistencia interna, el expresidente Piñera. Al contrario, desde sus declaraciones retrógradas sobre la pena de muerte, pasando por su disponibilidad a exportar reclusos y, más recientemente, defendiendo la tesis de que el Golpe de Estado fue inevitable, ha demostrado que prefiere ir a competir el electorado hacia la ultraderecha y abandonar a quienes han creído en un proyecto democrático en su sector. Su decisión de no ir a primarias, arguyendo que ni Kaiser ni Kast aceptaron participar, refuerza su intención. Esto es peligroso en términos ideológicos y democráticos.

Partamos por lo más urgente: la estrategia de Matthei no le ha funcionado a ningún exponente de la derecha tradicional en el mundo. La ultraderecha es la fuerza política con mayor crecimiento en los últimos años, en distintas partes del mundo incluyendo a América Latina. A pesar de que algunos quieren culpar a la izquierda de su auge, la evidencia muestra que la ultraderecha crece a costa del desplome de la derecha tradicional. Así, estos partidos han tenido que lidiar con una amenaza constante desde sectores que no le tienen un especial aprecio a la democracia. En cada país en que la estrategia ha sido acercarse a la ultraderecha, la derecha tradicional pierde. Es cosa de ver ejemplos como Argentina, Estados Unidos, Francia o España. En cada caso, cuando la derecha tradicional ha tratado de ganarle terreno a la ultraderecha con discursos más duros en temas como inmigración o crimen, simplemente legitiman a sus contrincantes y quedan desplazados. Incluso en países donde siguen ganando, como en Alemania, el acercamiento sólo les ha traído retroceso electoral.

Por otra parte, la amenaza electoral de la ultraderecha no es simplemente en términos de políticas públicas o de posturas ideológicas. La investigación en el tema ha mostrado que la ultraderecha tiene mucha diversidad en el mundo, y no tanta coherencia ideológica como se cree. En Europa, los une su afán antiinmigración, pero no sus posturas económicas. Algo similar ocurre en nuestro continente, donde conviven proteccionistas como Trump con libertarios como Milei. En nuestra región, eso sí, los une una persistente misoginia y antifeminismo. En cada discurso de la ultraderecha en la región se manifiesta una sociedad que trae retrocesos a los derechos de las mujeres y de minorías LGBTQ. Y no es sólo en temas como el aborto, sino incluso en el acceso al trabajo o la educación.

Lo que sí parece unir a las ultraderechas de todo el mundo es un desprecio a la democracia y sus instituciones. Si bien ocupan el término para justificar sus decisiones, a la usanza norcoreana, han demostrado una eficiencia abrumadora en desmantelarla. Y ejemplos sobran: los asaltos contra la transición pacífica del poder en EE.UU. y Brasil, la cooptación del Congreso en El Salvador, el abuso de decretos presidenciales por parte de Milei o Trump, entre otros. En ese sentido, Matthei no sólo renunció a tomar una postura democrática sobre el Golpe, sino que además busca alinearse y ganar aliados en aquellos que buscan reeditar gobiernos autoritarios en donde son electos. Eso convierte a la elección de noviembre en una disputa que no es sólo ideológica, sino que sobre el sentido mismo de nuestra democracia.

Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London y director de Espacio Público.

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