La ciudad es mujer
La marcha y el movimiento 8M celebran la creciente conciencia de la perspectiva de género en la ciudad y sus espacios públicos. Lamentablemente, al igual que muchas instituciones, políticas y expresiones culturales, las ciudades no han sido planificadas atendiendo esta mirada.
Son muchas las instancias en que seguimos proyectando nuestros edificios, espacios y ciudades en base a criterios de diseño atávicos, excluyentes e indignos. Como muestra un ejemplo tan pedestre como el diseño de baños públicos: a sabiendas que los requerimientos de espacio y equipamiento son totalmente distintos entre hombres y mujeres, tienden a diseñarse con similar tamaño y metraje. Esto lleva a naturalizar que en aeropuertos, terminales y edificios públicos, decenas de mujeres tengan que esperar en fila su turno mientras los hombres circulamos expeditamente.
Estos dilemas no solo afectan a las mujeres, también de manera más violenta a otras identidades sexuales, y por difícil que sea su resolución y aplicación en el espacio físico, no podemos darlas por hecho o ignorarlas. Tal es el caso de Massachusetts, Estados Unidos, que en 2016 promulgó una ley que prohíbe la discriminación basada en la identidad de género en lugares y servicios públicos. El punto más crítico fueron los baños públicos, que pasaron a ser para todo género. La implementación de la ley significó importantes remodelaciones e inversiones, pero visibilizó la tremenda discriminación que existía, cambió hábitos de uso y el diseño de nuevos edificios. Ahora los hombres también esperan su turno, las colas se redujeron al optimizarse el uso de sanitarios, y los temores de acoso se disiparon cuando espacios compartidos como lavatorios se hicieron abiertos y expuestos. Mayor fue el beneficio para usuarios transexuales y de otras identidades, que dejaron de ser discriminados. La implementación no estuvo exenta de polémicas, resistencia de grupos conservadores y religiosos, hasta que en 2018 el Estado recurrió a un plebiscito con un resultado esperanzador: el 67,8% de los votantes aprobaron la ley.
Las políticas de espacio serán siempre sexuales, más aún cuando el espacio es central para avanzar hacia una ciudad con mirada de género. El ejemplo anterior, más que exacerbar dilemas, ayuda a identificar aquellas relaciones de proximidad entre sexualidad, femineidad, género y espacio que subsisten en nuestra vida diaria, muchas de las cuales aparentemente no tienen nada que ver con el espacio o la ciudad.
Si el diseño de la ciudad y nuestros barrios determinan muchas de nuestras conductas, hábitos y estilos de vida, ¿cómo será la ciudad de las nuevas chilenas?, ¿qué criterios debemos corregir o romper en la estructura de nuestras ciudades, barrios y viviendas para hacerlas realmente inclusivas? Estas preguntas tienen difícil respuesta, pero no podemos evadirlas, ya que la ciudad, a fin de cuentas, es un sustantivo, y ahora también un verbo femenino.
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