La columna de Guarello: Dueño de nada
“Fernando Felicevich, el argentino dueño de Twenty Two, lleva más de una década haciendo y deshaciendo en nuestro balompié”.
En junio del 2019, mientras el entonces presidente de la ANFP Sebastián Moreno se encontraba en Brasil acompañando a la selección chilena que competía en la Copa América, un grupo de personas llegó sigilosamente a la sede de Quilín con una carpeta bajo el brazo. Se trataba del empresario de jugadores argentino Fernando Felicevich y su séquito, quienes traían una gran propuesta: que la empresa Twenty Two se hiciera cargo de la gestión de todas las selecciones juveniles, aprovechando la enorme experiencia en los mercados de jugadores y el extenso catálogo de entrenadores de todas las categorías que poseían. Moreno, el marido engañado, frenó tan “dadivosa” oferta, entregarle a un representante el manejo de las selecciones menores, a la vez que selló su futuro al mando del fútbol chileno. Aunque Fefe no se pudo apropiar de nuestros cadetes, Moreno pagó con su puesto el haber frustrado la audaz maniobra urdida por sus padrinos. Le hicieron un golpe de estado al año siguiente. Uno de los presentes en la reunión secreta en Quilín, exjugador y socio de Felicevich, se justificó diciendo que ellos “eran los más apropiados para manejar el fútbol joven”. Cómo no.
A Felicevich lo conocí por casualidad el 2008. En ADN Deportes, todavía ni se llamaba Los Tenores, conté que el juicio que mantenía con Pablo Tallarico por el pase de Alexis Sánchez tenía grandes posibilidades de favorecer al exarquero uruguayo. A los pocos días recibí un llamado tan amable como preocupado de Fefe, donde preguntaba de dónde había sacado la información. Le detallé mis antecedentes. Poco tiempo después los tribunales efectivamente fallaron en favor de Tallarico y Felicevich debió indemnizarlo por varios millones de dólares. Lo interesante es que, en una conversación posterior, Felicevich negó tajantemente la llamada. Todavía conservo su número de 2008. Ya iba conociendo al personaje.
Cualquier margen de dudas se aclaró el 2011, cuando Claudio Borghi, representado por Felicevich, asumió en la selección chilena. Ante el posible conflicto de interés que se podía generar, el argentino ya manejaba a la mitad de los seleccionados, Fefe aprovechó una entrevista en ADN, ya con el nombre Los Tenores, señalando de forma taxativa que, para evitar sospechas, no iba a reclutar a ningún jugador que fuera nominado y no estuviera en su corral. Al poco tiempo supo faltar a su palabra: asumió la representación de Eugenio Mena, se lo arrebató al ex arquero Alex Varas, tras ser nominado por Borghi a la selección chilena.
Su poder creció tan rápido, que en enero de 2012 señalé en la misma radio que “el fútbol chileno tiene dos dueños: Jorge Claro (CDF) y Fernando Felicevich”. El argentino dueño de Twenty Two lleva más de una década haciendo y deshaciendo en nuestro balompié. Públicas fueron las denuncias en 2019 de Joaquín Abdala (Huachipato) y Yerco Oyanedel (Universidad Católica), quienes debieron abandonar sus clubes al negarse a firmar con Felicevich. Práctica habitual y silenciada en un 99% de los casos por el enorme poder del empresario. El escándalo fue tan grande entonces, que Fefe se mandó a hacer un reportaje a la medida en la revista Capital, donde se le retrataba como un esforzado inmigrante del interior argentino, suma de todas las virtudes y bondades posibles. Un publirreportaje burdo.
La historia da para largo. Como su intervención en el camarín de la Selección para quitarle poder a Claudio Bravo a través de “periodistas amigos” que publicaban notas donde el texto contradecía al título. Porque esa es la cómoda desde la prensa, aguacharse con Fefe y no hacer olas.
En los últimos días he señalado, y ya tengo cuatro fuentes distintas en la médula de la actividad, que Felicevich está involucrado, junto a Victoriano Cerda, en la compra de la U. El presidente de Huachipato respondió con un chiste en Twitter, pero jamás desmintió la información. Fefe, al contrario, sí desmintió todo, pero con énfasis único en la “propiedad” de Azul Azul. Por supuesto, su negocio no es la propiedad de los clubes, sino, manejar los planteles, administrar el fútbol formativo. Por algo reclutó una decena de cadetes y metió a Junior Fernandes y Anderson Contreras en la U desde que llegó Clark a la presidencia. En definitiva, hacer lo que no pudo hacer con las juveniles chilenas hace dos años pero que actualmente sí hace en La Serena y Huachipato. Y que desmienta todo, la realidad siempre se encarga de desmentirlo a él.