La columna de Guarello: El segundo extra
"Cuando los equipos chilenos enfrentan a sus rivales en estos torneos, tienen que correr el doble, meter el doble y reventarse en la cancha, recién ahí, con suerte, rescatan un resultado".
Así como la última Selección, o casi penúltima a esta altura, es llamada con justicia la “generación dorada”, también es coherente señalar a la década de los noventa como la “era dorada” de la liga chilena. Un título de Copa Libertadores, una final, dos semifinales y una semifinal de Supercopa son buenos argumentos para señalar que nuestros clubes eran competitivos a nivel continental. Dejo fuera, para evitar controversias inútiles, logros como las dos Interamericanas y la Recopa. Los equipos chilenos se daban el lujo de traer seleccionados argentinos, uruguayos, peruanos, bolivianos, colombianos, paraguayos o ex campeones mundiales juveniles brasileños como Caté o Emerson. Después llegó la crisis asiática, la Ley Bosman y se pudrió todo.
La introducción la hago a partir de la terrible semana que tuvo el fútbol chileno en las copas esta semana. Tres derrotas, un empate, apenas un gol convertido. Lo más preocupante, por lo sintomático, es el baile que se comió por momentos Universidad Católica en manos de un equipo normal en su país como Argentinos Juniors. Parecían cuadros de dos divisiones diferentes. Pasa que cuando los equipos chilenos enfrentan a sus rivales en estos torneos, tienen que correr el doble, meter el doble y reventarse en la cancha, recién ahí, con suerte, rescatan un resultado.
Hay dos factores, a mi entender, que son decisivos en este momento: potencia física y velocidad. En ambos estamos en desventaja con la gran mayoría de los equipos de Sudamérica, con la excepción de Bolivia. Cuando los rivales aprietan el acelerador, nuestros jugadores quedan sin poder de reacción. Se paga tributo al ritmo y la intensidad de la liga local. Los extranjeros siempre dicen que les gusta la “técnica” del fútbol chileno, pero se guardan bien sus opiniones sobre el despliegue físico y la velocidad. Un delantero argentino que jugó acá el año pasado reconoció que en Chile “siempre tenés un segundo más”. Bueno, ese segundo más, que parece una minucia, está siendo catastrófico tanto en la Copa Libertadores como en la Sudamericana. Huachipato, con un equipo donde los veteranos apenas llegan a los 30 años, es el único que ha podido atenuar este margen de tiempo, merced a un esfuerzo físico fuera de regla para nuestro fútbol.
Los argumentos antes expuestos podrían ser parte de una crónica de Julio Martínez en 1968 o de Renato González, Míster Huifa, en 1956. El eterno problema de la riqueza técnica del futbolista chileno en contraste con su escasa potencia física y su baja velocidad de juego. Que con ese desequilibrio no se puede competir. Los ecuatorianos tenían estos mismos problemas y peores (ni siquiera eran tan buenos con la pelota). Y dotaron de mucha potencia y velocidad a su liga. Hoy, el campeonato ecuatoriano es muy superior al chileno. Ejemplos como Independiente del Valle o Liga Deportiva Universitaria deberían ser tomados por nuestras instituciones. Pero, como está visto, los dueños de los clubes andan en cualquier cosa. Algunos, como los de la U, ni siquiera sabemos quiénes son o quiénes serán.