La columna de Guarello: La copa del caos
"El frenesí con que en la Conmebol intentan sacar adelante la Copa América 2020 (oficialmente ése era el rótulo), lo demuestra con claridad. Obligado a aplazar la competencia un año debido al Covid-19, en Luque se quedaron sin margen para seguir chuteando la pelota a la tribuna. Y la orden es clara: se juega."
Sabemos que los organismos que rigen el fútbol a nivel internacional no son muy sutiles a la hora de manejar sus asuntos. Menos en Sudamérica. Una doctrina que no fue inventada por Joao Havelange, pero que él llevo a su máxima capacidad y expresión, dejando alumnos aventajados, como Julio Grondona, que en determinados momentos terminaron superando al maestro. El frenesí con que en la Conmebol intentan sacar adelante la Copa América 2020 (oficialmente ése era el rótulo), lo demuestra con claridad. Obligado a aplazar la competencia un año debido al Covid-19, en Luque se quedaron sin margen para seguir chuteando la pelota a la tribuna. Y la orden es clara: se juega.
La doctrina Conmebol para la Copa Libertadores y la Sudamericana da buena cuenta de la voluntad a toda prueba en el organismo. No importa cuántos contagiados, ni cómo llegó tal o cual equipo al compromiso. Como en el párrafo anterior, la orden es clara: se juega. De lo contrario, W.O. y multa. Por momentos, el fútbol sudamericano parece el ejército japonés en Okinawa, a la carga en medio de las balas con la katana como única arma. El problema de fondo es que la Copa América es la mayor fuente de ingresos que tiene la Conmebol. Si no se hace, entran en barrena.
Las actuales condiciones en Colombia, sanitarias y sobre todo políticas, indican que el escenario no cumple un mínimo de garantías para hacer el torneo. En Argentina, a los problemas sanitarios conocidos, se suman una crisis política y económica muy grande, donde cada provincia dicta sus pautas y el gobierno, como un central medio tronco, la ve pasar por arriba de la cabeza y no llega a los cruces aunque se tire en plancha.
Y, pese a esto, la Conmebol no da brazo a torcer: se juega. De manera incipiente, se menciona trasladar el campeonato a Paraguay o Chile o los dos juntos. Paraguay, con su enclave de la república independiente de Luque, siempre está a la mano. Inolvidables son esos sudamericanos o pre olímpicos de la era Nicolás Leoz, donde se jugaban todos los partidos en el Defensores del Chacho, reuniones dobles en días consecutivos, y al final la cancha era una pista de motocross.
Lo de Chile está ahí. Para el comienzo del torneo, 11 de junio, habrá unos ocho millones de vacunados con doble dosis y cerca de diez millones con una. Se supone, además, los números de contagiados e internados vendrán claramente a la baja. Pero, el ambiente político y social no está muy terso para meter una Copa América, visto que el fútbol se transformó en uno de los chivos expiatorios de todos los males y deudas sociales de este país.
Desde esta tribuna doy una pequeña sugerencia: hacer la Copa, pero sólo en provincia y priorizando las ciudades y estadios que no fueron sede en 2015: Iquique, Arica, Talca, Chillán, Curicó, Talcahuano. Por ahí se mete un partido en Antofagasta, La Serena, Viña del Mar y en Concepción. Un torneo modesto, con escenarios nuevos y con un público, el de provincia, que siempre acompaña. Aforo reducido, austeridad y carnet de vacuna para ir a los partidos. Total, y la verdad duele, van a venir todos con suplentes.