La columna de Guarello: La zamacueca desnuda
"Basta con mirar las nóminas para darse cuenta que acá hay gato encerrado con la presencia de nombres incomprensibles o la ausencia sin explicación de otros. Lo de Diego Valencia fue muy notorio, al borde de la grosería".
Las razones estructurales por las cuales Chile, como se definió esta semana, no va a un Mundial por segunda vez consecutiva han sido detalladas en esta columna desde hace bastante tiempo. El proceso de descomposición de nuestro balompié no se remite a la selección adulta, es claro que en todos los estamentos existe una deriva, desde los árbitros hasta la propiedad de los clubes. Crisis hubo siempre, algunas de gran envergadura como en 1984, 1989, 2001 o 2011 y otras de menor importancia que terminaron diluyéndose sin dejar gran huella. Estas crisis constantes tenían un denominador común: por muy grandes que fueran las peleas de dirigentes, por muy cuantioso que fuera el dinero perdido, por muy graves que fueran los errores administrativos tanto en los clubes como en la ANFP, el normal tránsito del fútbol, la cancha, se mantenía más o menos a salvo. Es decir, citando a Maradona, la pelota no se manchaba.
Hasta que llegó el momento en que la pelota se manchó y los intereses creados, económicos, terminaron influyendo en el normal desarrollo del juego. La forma en que se resolvieron los descensos de las tres categorías el año pasado y la bolsa de gatos en que se ha transformado el arbitraje ahorran ejemplos más complejos. Entonces, de manera inevitable, también involucra a la selección. Si los representantes de jugadores ya manejan una decena de clubes profesionales como Magallanes, San Luis, Audax, Coquimbo, La Serena, Huachipato, Unión La Calera, Ñublense, San Felipe entre los más obvios e influyen en la conformación de planteles como ocurre en Universidad de Chile, entre varios clubes, de una manera muy poco disimulada ¿Por qué se iban a restar de la selección, el pedazo más gordo de la torta?
Francis Cagigao, el gerente de selecciones recomendado por Cristián Ogalde dueño de Magallanes y representante de Claudio Bravo, Mauricio Isla y Marcelo Allende, reaccionó con furia cuando le preguntaron sobre la influencia de los empresarios en la selección. Exigió pruebas. Claro, una confesión de Fernando Felicevich o el mismo Cristián Ogalde podrían ser de utilidad, pero basta con mirar las nóminas para darse cuenta que acá hay gato encerrado con la presencia de nombres incomprensibles o la ausencia sin explicación de otros. Lo de Diego Valencia fue muy notorio, al borde de la grosería. Tanto, que el delantero de Universidad Católica, harto de ver a la selección por TV, está a un paso de firmar en la empresa de Fefe. Mismo camino que siguieron Clemente Montes y Marcelino Núñez. Para ir a Pinto Durán, por cansancio terminaron subiendo a la micro correcta. La misma que puso a Bryan Cortés de vuelta en las nóminas después de firmar el ineludible contrato.
Ya señalamos en otra columna como algunos comentaristas inflaban a Fabián Orellana por sobre Ben Brereton antes de la Copa América. Un análisis tan desatinado sólo podría tener dos orígenes: el desconocimiento absoluto del juego o el compromiso absoluto con el manejador del hoy suplente de suplentes en Universidad Católica. Lo de Brereton es un caso que ilustra bien lo que pasa: tuvo que ganarse su espacio entrando a patadas. Contra la opinión “técnica” de Martín Lasarte quien lo tenía como suplente de Carlos Palacios, contra sus propios compañeros que demoraron cinco partidos en darle pases y contra ciertos comunicadores que le encontraban todos los defectos posibles. Con el representante correcto las cosas hubieran sido más simples.
Lasarte ya está fuera de Juan Pinto Durán y se busca un reemplazante. Un mínimo ejercicio de realismo nos hace sospechar que no sólo serán criterios técnicos los que se tendrán en cuenta. Hay demasiados intereses creados acá.