La columna de Joaquín Vial: Cambio climático: nuevas advertencias y algunas esperanzas

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Lo vivido en los últimos años a nivel planetario, pero también aquí en Chile, con sequías, inundaciones, megaincendios forestales, y otras anomalías climáticas, puede ser un pálido anticipo de la normalidad que nos espera si no se actúa pronto.



En abril se cumplieron 30 años desde la publicación del primer informe del Panel Internacional de expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) convocado por Naciones Unidas, coincidiendo también con la entrega del tercer volumen del sexto de estos informes (AR 6).

Este último informe trae varios mensajes importantes, que deberíamos incorporar en nuestras decisiones, tanto a nivel del país como de manera individual.

El primero y más relevante, que ya se había anticipado en el informe anterior (AR 5), es que vamos atrasados en la reducción de emisiones si queremos evitar una crisis climática. Lo vivido en los últimos años a nivel planetario, pero también aquí en Chile, con sequías, inundaciones, megaincendios forestales, y otras anomalías climáticas, puede ser un pálido anticipo de la normalidad que nos espera si no se actúa pronto.

Hasta ahora se ponía el foco en 1,5 °C de aumento respecto al período preindustrial, pero hoy se nos dice que ese umbral se podría atravesar transitoriamente, llegando a 2 °C, siempre y cuando se aceleren las acciones más allá de lo que han comprometido los gobiernos. En todo caso, se advierte que con el traspaso de ese umbral se corre el riesgo de una liberación adicional de gases con efecto invernadero (GEI), agravando el problema.

Un corolario de este mensaje es que es posible que se deba recurrir a la captura y almacenamiento artificial de carbono, algo que muchos resisten porque temen que podría debilitar la voluntad para reducir emisiones.

Un segundo punto a destacar es la entrega de nuevos detalles sobre las fuentes de emisiones de GEI y su distribución regional, algo clave para diseñar políticas más efectivas, tanto para controlar emisiones como para distribuir la carga entre países y regiones.

Cerca del 80% de las emisiones están vinculadas a la combustión de energías fósiles, normalmente asociadas a mayor actividad económica y uso de energía, y el 20% restante se reparte entre la liberación de metano, y las emisiones de gases como consecuencia de cambios en el uso del suelo y deforestación.

Los datos muestran que América Latina, África y regiones pobres del Sur de Asia y del Pacífico se destacan porque más de dos tercios de sus emisiones acumuladas provienen de esta última fuente. Es decir, su “contribución” al cambio climático, no proviene tanto de su progreso económico, como de la destrucción de sus bosques y entorno natural. Esto a su vez, tiene su origen principal en la expansión de la frontera “agrícola-pecuaria”, en la mayor parte de los casos empujada por la pobreza rural y con muy baja productividad.

Cabe destacar que Chile es una excepción, ya que tenemos captura neta de carbono por los bosques, pero no hay que olvidar que el principal destino de la tala de bosques nativos es la leña, un combustible muy ineficiente y contaminador, pero al alcance de los pobres.

A nivel global es cierto que el progreso material va asociado a mayor uso de energía y emisiones de GEI. Pero eso no es así en países con alta pobreza rural y grandes bosques y praderas naturales, donde el atraso económico impulsa la destrucción de bosques y, de paso, de todas las formas de vida silvestre asociadas a estos ecosistemas. Para estas regiones hay un círculo virtuoso entre modernización de la agricultura y ganadería, aumentos de productividad y generación de nuevas fuentes de ingreso en zonas rurales, con la protección de suelos y bosques, conservación de la naturaleza y reducción neta de las emisiones de GEI. Si esto va acompañado por un cambio de las fuentes de energía, aprovechando opciones más allá de los combustibles fósiles, se avizora un camino para que países con mucha pobreza en América Latina, África y partes de Asia avancen económicamente con un impacto acotado, o incluso positivo sobre las emisiones de GEI a nivel global. Esto requerirá políticas que combinen regulaciones con incentivos e instituciones adecuadas para su ejecución. Parece difícil, pero menos que pedir a la población que renuncie a mejores niveles de vida para mitigar el cambio climático.

La mala noticia, sin embargo, es que la urgencia y el volumen de los llamados a actuar antes de que sea tarde ha ido subiendo con cada uno de estos informes. Espero que el ruido y las explosiones de la guerra en Ucrania no los apaguen.