Activistas corporativos
"Ahora gerentes y directores están siendo empujados a pronunciarse y decidir frente a cuestiones tan difíciles como la justicia racial, llevándolos a terrenos ajenos al ejercicio usual de sus funciones: la producción de bienes y servicios por medio de la organización eficiente de las personas y el capital".
Con la llegada de la primavera en el hemisferio norte, comienza el periodo de juntas de accionistas. En Estados Unidos, estas reuniones se han transformado en verdaderas arenas políticas. Donde otrora primaban las voces de gerentes hoy se levantan cacofonías de activistas intentando influir en las políticas y liderazgo de la empresa en peliagudas áreas ajenas a resultados financieros.
En estas reuniones, cualquier accionista puede proponer una iniciativa, la cual de ser votada bajo el principio de una acción, un voto. En esta lógica han comenzado a ser cada vez más prevalentes las “proxy battles” o peleas de votos para aprobar diferentes propuestas.
Generalmente estas batallas surgían por presiones de inversionistas para cambiar la estrategia o manejo de la empresa en la búsqueda de mayores retornos. Sin embargo, recientemente han comenzado a ser cada vez más relevantes iniciativas medioambientales y de impacto social.
El año pasado, el diminuto hedge fund Engine N°1, con apenas el 0,02% de las acciones del gigante petrolero ExxonMobil, doblegó a la gerencia al llevarse dos asientos en su directorio proponiendo un cambio radical de estrategia basado en una mayor compromiso con el cambio climático y la reducción de emisiones, lo que revertiría los magros retornos. Esta davídica victoria fue posible gracias al apoyo de inversionistas institucionales.
Muchos inversionistas han hecho propia esta agenda medioambiental justificando el riesgo financiero que el cambio climático traería a su portafolio en el largo plazo. Este empuje de accionistas institucionales ha priorizado el tema en directorios y gerencias, lo que ha redundado en múltiples compromisos de carbono neutralidad o reducción de emisiones por parte de grandes empresas.
También ha habido un auge en los temas de diversidad, inclusión e igualdad en el que incluso han irrumpido fundaciones y think tanks comprando acciones para levantar sus banderas de lucha en las políticas de las empresas. Múltiples juntas de accionistas se han convertido en verdaderas arenas políticas, en las que gerentes generales y directores deben pronunciarse en áreas otrora ajenas a la empresa.
Un peliagudo caso de estudio será la próxima junta de Johnson & Johnson, la gigantesca empresa de salud cuyo valor de mercado es casi dos veces el producto de Chile. Dos think tanks que compraron acciones de la compañía para exigir una auditoría a las políticas de igualdad racial. Lo complejo es que, por un lado, uno acusa a la empresa de no haber implementado suficientes medidas para favorecer a minorías raciales, acusándola como cómplice de la discriminación contra ciertas razas. Mientras el otro think tank solicita la auditoria arguyendo que tales programas son racistas, pues al favorecer ciertas razas discriminarían a aquellos que no aportarían con una “diversidad” predefinidas, haciendo caso omiso de las múltiples dimensiones de la diversidad más allá de la raza.
Los dilemas morales de la discriminación racial positiva tiene larga data en Estados Unidos. Hasta la Corte Suprema llegó el caso de Cheryl Hopwood, una joven blanca nacida de una humilde madre soltera, quien a pesar de sus buenas notas fue rechazada por la Universidad de Texas en su intento por ingresar a la carrera de derecho. Hopwood demandó a la Universidad por discriminarla por ser de raza blanca, ya que su puesto habría sido tomado por otros estudiantes de raza afroamericana con peores notas a las suyas.
Ahora gerentes y directores están siendo empujados a pronunciarse y decidir frente a cuestiones tan difíciles como la justicia racial, llevándolos a terrenos ajenos al ejercicio usual de sus funciones: la producción de bienes y servicios por medio de la organización eficiente de las personas y el capital.
El creciente escrutinio público ha hecho caer a varios titanes empresariales como el CEO de la minera Río Tinto por la destrucción de ruinas indígenas o el fundador de Apollo por sus vínculos con el pederasta Epstein. En este contexto, a los gerentes ya no se les pide solo eficiencia sino también detentar valores que representen los cambios que la sociedad pide a sus líderes.
En estos nuevos terrenos hemos visto reprimendas como la del inversionista Nelson Peltz al CEO de Unilever cuando una de sus operaciones, Ben&Jerry’s, anunciara que dejaría de vender sus helados en los territorios palestinos ocupados por Israel. “Ninguna empresa tiene derecho a pronunciarse políticamente de esa manera”, sentenció el temido inversionista.
El mundo empresarial se ha vuelto más complejo y peligroso, pues se le está atribuyendo nuevas responsabilidades sociales a su operación y liderazgo. Frente a estas complejas coyuntura, el mejor consejo para los gerentes y directorios es preguntarse cuándo y por qué corresponde a la empresa pronunciarse dado el rol y mandato que guía su actuar.
* El autor es Ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard.
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