La columna de Karin Moore: Ética y compliance
La ética y el compliance son dos caras de la misma moneda, pues sin una clara conciencia ética no puede haber compliance verdaderamente operativo. Este, no es más que el reflejo de la ética aplicada en un acto concreto de la empresa, puntualmente, el cumplimiento normativo.
Según da cuenta la primera encuesta de prácticas corporativas en ética de FGE y Razor Consulting, un 95% de las empresas en Chile tiene implementado un programa de ética y un 45% cuenta con, al menos, un empleado enfocado de manera parcial o exclusiva a las temáticas de ética dentro de la organización.
Si bien contamos con índices, lo cierto es que no existe un ranking de organizaciones éticas y tampoco un organismo certificador. Quizás eso explica -en parte- esa suerte de hipocresía que, en ciertos casos, resulta de la contradicción entre aquello de lo que se vanaglorian los códigos éticos de las empresas y la verdadera conciencia al interior de la organización respecto de la importancia de cumplir la ley.
La ética y el compliance son dos caras de la misma moneda, pues sin una clara conciencia ética no puede haber compliance verdaderamente operativo. Este, no es más que el reflejo de la ética aplicada en un acto concreto de la empresa, puntualmente, el cumplimiento normativo.
Algunas organizaciones acuden a la responsabilidad social corporativa como una forma de blanquear el incumplimiento de normas. De ahí la importancia de comprender que la ética está al servicio del cumplimiento y que, por tanto, si la utilizamos adecuadamente en la toma de decisiones, el compliance será un barómetro. La forma en que se toman las decisiones permite medir y agregar valor desde la perspectiva del cuidado de los derechos de los consumidores, de la libre competencia y del desarrollo de una cultura de integridad al interior de la compañía.
En un entorno complejo e incierto como el que vivimos en Chile, es indispensable profundizar el trabajo de concientización y liderazgo auténtico. Crisis como las que vivimos, amplifican el impacto de la comunicación interna y externa de la cultura ética, afectando la reputación corporativa en el largo plazo.
Este desafiante escenario para las organizaciones obliga a fortalecer los valores en la gestión, y para esto, existen algunos lineamientos. En primer lugar, contar con un entramado normativo con suficiente sustrato moral para permitir desarrollar códigos éticos y definir nítidamente el propósito.
En segundo lugar, llevar el proceso de toma de decisiones a criterios éticos. La trazabilidad de las resoluciones adoptadas es determinante y para esto, es fundamental introducir un método que integre esta perspectiva en el procedimiento. Cada empresa es libre para definir en qué forma desarrollará el llamado “talento ético”, pero debe, al menos, fomentar el diálogo y la alteridad.
En tercer lugar, el fomento de una total transparencia y el impulso de la diversidad en todos los niveles, particularmente, en los directivos. Además de promover la reflexión ética de manera institucionalizada, generando comités especializados y desagregados dentro de la organización.
No es sencillo conectar propósito con acción. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es siempre un desafío. Puede resultar útil para los gestores incorporar una pregunta hipotética: si la organización toma esta decisión, ¿qué titular no quisiera ver mañana en la prensa?
* La autora es abogada, Clapes UC y Fac. de Economía y Administración UC.