La columna de Ricardo Lagos: El coronavirus, Asia y el futuro
Las próximas semanas serán determinantes para saber cómo el mundo resiste las derivaciones económicas de esta epidemia. Las pérdidas en el turismo serán enormes: el de los chinos a Europa está bloqueado, el de los europeos a China y otros países del sureste asiático va en caída libre.
Cuando uno lee que la declaración del coronavirus como pandemia está a la vuelta de la esquina, y que sólo en el ámbito de las aerolíneas las pérdidas este año pueden llegar a 29 mil millones de dólares, cabe mirar con especial atención a quienes nos dicen que se acerca una crisis económica y financiera similar a la del 2008. Desde el momento que, después de China y Corea, el tercer país en víctimas es Italia, el panorama cambió. Y a América Latina llegó de Italia transportado, sin saberlo, por un ciudadano de Sao Paulo.
Son tantas las repercusiones económicas, sociales y políticas posibles que no basta con pensar “estamos lejos, si mantenemos un buen control sanitario podremos defendernos bien”. ¿Dónde están las mascarillas frente al deterioro en los intercambios comerciales, a las caídas en las bolsas, a los efectos en los puestos de trabajo, a la alteración profunda en los sistemas educacionales o la vida en la ciudad? ¿O dónde están las mascarillas frente al precio del cobre, para hablar de nosotros?
Hasta antes del estallido de la epidemia de coronavirus en Wuhan y su entorno, Asia y sus civilizaciones venían demostrando su potencialidad determinante para el siglo XXI. Más allá de sus diversidades, el resto del mundo se vio en la necesidad de preguntarse cómo será el diálogo con esos 5 mil millones de personas. La cifra está en un reciente libro de Parag Khanna, politólogo internacional y académico en Estados Unidos durante un tiempo, con el título “The future is Asian” (El Futuro es Asiático) y cuya dedicatoria es elocuente: “dedicado a mis 5 mil millones de vecinos”. La guerra comercial entre Estados Unidos y China hizo pensar a muchos que para entender el futuro bastaba con observar cómo estas dos potencias disputan la supremacía, no sólo comercial sino también tecnológica. Pero sería un error suponer que el mundo se está ordenando solo en torno a esas dos grandes potencias. Ello no es así. Hasta la llegada de esta crisis, se estaba abriendo paso una toma de conciencia acerca del poder multifacético de Asia, escenario en el que China es muy importante, pero no es el único actor. También están India y Pakistán, con todo su potencial; están Japón y Corea y todo ese entorno, esa vecindad que, al decir de Khanna, reconfigura sus bases históricas tras dejar atrás el colonialismo y avanzar hacia el rescate profundo de su modo de ser y creer.
¿Significa el impacto del coronavirus, como se ve venir, un quiebre crítico de esa perspectiva? Creo que no. Pero sí estamos en un tiempo de suspenso, de no saber cómo se moverán las fuerzas tectónicas de nuestro tiempo, para llegar a un nuevo ajuste. La nueva Asia, en un sentido amplio del término, incluye también actores que quieren participar de la “asianización”, como lo demuestran Rusia y Turquía, ahora alejados de sus otrora entusiasmos de cercanía con Europa. Tampoco están ajenos a ese devenir Australia y Nueva Zelanda, cuyas raíces británico/nativas deben asumir la “asianización” al igual que Arabia Saudita o Indonesia. En ese marco cabe valorar, también, desde nuestro lado, el TPP y las potencialidades de la Alianza del Pacífico.
Las próximas semanas serán determinantes para saber cómo el mundo resiste las derivaciones económicas de esta epidemia. Las pérdidas en el turismo serán enormes: el de los chinos a Europa está bloqueado, el de los europeos a China y otros países del sureste asiático va en caída libre.
Pero también está la cuestión política. Si ya en distintas partes del mundo había grandes manifestaciones y enfrentamientos con los gobiernos y el poder, ahora se agrega un nuevo espacio de exigencias y demandas. Y esto frente a un virus que se contagia a través del aire, de persona a persona y, a diferencia de otros, se transmite antes de que el contagiado se entere. Esta situación ha llevado en China a medidas extremas, con millones retenidos en sus casas. Esa disciplina social ha producido en aquel país una experiencia de “vida digital” como nunca antes, con sorpresas y lecciones, con formas nuevas de trabajo por las redes, donde también los testimonios dramáticos han sobrepasado la información oficial. Un efecto concreto ha sido la exigencia de mayor transparencia en la forma y razón de tomar las decisiones ante la crisis.
La historia nos muestra que a veces un hecho, uno solo, al ocurrir en un contexto de incertidumbres, se convierte en detonante mayor. Nadie sabe si el coronavirus puede llegar a tener ese carácter, pero si sabemos que la percepción de incertidumbre ha dominado el escenario mundial de los últimos años. Los Jefes de Estado y sus autoridades en todos los países saben que la ciudadanía ya los está evaluando. ¿Con qué rapidez han tomado las medidas? ¿Cuáles son los niveles de preparación? ¿Cuáles han sido las formas de reordenar la agenda para adecuarse a la crisis? Investigadores chinos identificaron el genoma del virus lo que ha permitido a sus colegas de la Universidad de Texas hacer un mapa 3D que muestra como éste se une y afecta a las células humanas. Se trata de avances claves hacia el descubrimiento de una vacuna, pero mientras ésta no llegue, es predecible que existan víctimas de este virus en casi todos los países de la Tierra.
No están claros los tiempos de la crisis ni tampoco los efectos que tendrán en el devenir político de muchos países, grandes y chicos, desarrollados y en desarrollo. Pero si el origen ha estado en Asia, este desafío extremo los reforzará en su propio camino de desarrollo humano y en sus propuestas civilizatorias para el mundo. Es allí donde cabe poner los ojos para lo que vendrá después de esta epidemia global.
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