La comunicación y la democracia
Por Yanira Zúñiga, profesora titular Inst. de Derecho Público, Universidad Austral de Chile
En su libro La Sociedad de la Transparencia, Byung-Chul Han sostiene que mientras antes el mundo era un lugar de “representación” de ideas y sentimientos, mediados por una formalización, ritualismo y convencionalismo, que mantenían a distancia y preservaban la esfera de la intimidad, el mundo actual es un “mercado” en el que se exponen, venden y consumen intimidades. La “representación” del mundo ha cedido paso, entonces, a la “exposición” pornográfica de las vidas. Esto puede explicar la verdadera “mano invisible” que condujo a los medios de comunicación, la Fiscalía y la ciudadanía en el caso de Tomás Bravo. Cual más cual menos facilitó la exposición descarnada de la vida y de la muerte de Tomás. Pese a que la Defensoría de la Niñez recordó, una y otra vez, la necesidad de proteger la imagen e intimidad del niño y de su familia, aquellas fueron puestas en el centro de un panóptico para que cada uno de sus detalles fuera amplificado de modo que nadie pudiera perderlo de vista. Antes de Tomás, otras víctimas de crímenes violentos habían sido desnudadas en su intimidad bajo el pretexto de contribuir al avance de las investigaciones y/o rendirles homenaje.
La tendencia a la sobreexposición no solo abarca los hechos de violencia, ni es una práctica exclusiva de los medios de comunicación. Ella engendra en quienes se dedican a la política fuertes incentivos para la escenificación de sus conductas y discursos. Hoy, más que antes, las propuestas políticas son construidas y recitadas para satisfacer a una “galería” omnipresente, ubicada detrás de las pantallas de un televisor, de un computador o de un teléfono. Así, se multiplican los candidatos y autoridades que se comportan más como una mercancía que debe estar expuesta permanentemente en las plataformas mediáticas, que como servidores públicos. La performance política se desplaza desde el Congreso al matinal y se nos hace partícipes, con pasmosa naturalidad, de información sin ninguna relevancia pública (como hizo un candidato a la gobernación de la RM respecto de su vida sexual con una diputada). Como resume Byung-Chul Han, “en lugar de lo público se introduce la publicación de la persona”.
Recientemente, un columnista criticaba el protagonismo de periodistas en la comunicación política, atribuyéndole a esto la degradación de dicha profesión y, por extensión, de la democracia. Pero, en sociedades reacias a la “protocolización” de los intercambios comunicativos, el peligro no reside en que un(a) periodista se transforme en una “figura” (es obvio que éstos han dejado de ser solo mediadores entre los hechos y la audiencia), ni en que sea una voz opinante (lo que es parte de la libertad de prensa); ni tampoco en que cuestione a las autoridades cultivando la crítica pública, sino en que las formas comunicativas de la esfera pública, esenciales para la democracia, sean transformadas por todos sus intervinientes en un simple espectáculo impregnado de narcisismo, morbo e irrelevancia.