Opinión

La Cuba de Jeannette Jara

Dragomir Yankovic/Aton Chile DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

Imaginemos que hoy, en el Chile contemporáneo, alguien decide fundar un partido nazi. No han cometido ningún acto de violencia ni infringido ninguna ley. Su discurso no es abiertamente de odio o segregación, sino que se limita a mirar con nostalgia un pasado distorsionado que, en su versión suavizada, olvida o minimiza los horrores que esa ideología provocó y sigue provocando. ¿Qué pasaría? Aunque no hayan cometido actos violentos, el simple hecho de evocar y romantizar ese pasado, sin reconocer las atrocidades que conlleva, desataría una reacción inmediata. Es evidente que, sin necesidad de activarse de manera explícita, la nueva formación sería un peligro para los valores democráticos y la dignidad humana.

Pero en el fascinante mundo del negacionismo político, donde las reglas de la lógica a veces se suspenden, encontramos a Jeannette Jara, candidata presidencial del Partido Comunista. La exministra, en una entrevista con CNN, afirmó que “hay un régimen autoritario en Venezuela”, pero que en Cuba, por alguna razón misteriosa, existe “un sistema democrático distinto al nuestro”. Para la candidata, no parece importar que la isla lleve años bajo el control absoluto de un partido único, que no haya alternancia en el poder, que las libertades políticas sean limitadas o que las elecciones no sean realmente libres.

Aquí es donde el “negacionismo” juega su papel. Es ese pequeño truco mental que consiste en ignorar toda evidencia que no encaje con nuestra narrativa. No importa que la realidad de Cuba, con su represión de la disidencia, la falta de prensa libre y la criminalización de cualquier oposición política, sea un ejemplo clásico de autoritarismo; para Jara, todo encaja en el cuadro de una democracia peculiar, especial, casi mágica. Basta con que se repita una y otra vez que “es distinta” para crear una versión alterna de la realidad.

Lo que opera en este caso no es la ignorancia, sino la ideología que funciona como sesgo cognitivo, distorsionando el procesamiento de la información para permitirnos mantener nuestras creencias, incluso cuando los hechos contrarios sean evidentes. Así, Cuba, a todas luces un régimen autoritario, es, según Jara, una versión exótica de la democracia, un oasis en medio del autoritarismo global. La ideología no solo distorsiona la realidad, sino que la moldea para ajustarse a un marco que, por cómodo y conveniente, despoja de sentido a la verdad y minimiza los costos.

Al disfrazar de democrático un régimen autoritario, se elude la responsabilidad por las atrocidades que comete. Por eso, las declaraciones de Carolina Tohá son igualmente graves. Al calificar el “negacionismo” como “incoherencia”, minimiza la magnitud del problema. Jara no solo distorsiona la realidad política de la isla, sino que, al hacerlo, abre la puerta a relativizar las violaciones a los derechos humanos. Y si ese discurso forma parte de una coalición que dice defender valores democráticos, la incongruencia recae también en ellos, por elegir a esos compañeros de ruta. No es solo una contradicción teórica, sino una forma de condescendencia con el autoritarismo y una traición sus propios principios.

El negacionismo, en todos los sectores, no busca aprender de la historia, sino borrarla, lo que impide la reflexión necesaria para consolidar una democracia sólida y madura.

Por María José Naudon, abogada

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