La cultura de la violación
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile
El día previo a que asumiera un gobierno que se autoproclama feminista, estudiantes secundarias protestaron frente a un colegio de Providencia para denunciar la difusión de imágenes íntimas de algunas de sus compañeras y la proliferación de discursos sexistas por parte de un grupo de alumnos de ese recinto. La alcaldesa Matthei aclararía más tarde que los intercambios virtuales a los que el municipio tuvo acceso a raíz de dicha denuncia pública contenían, además de imágenes, expresiones ofensivas contra las alumnas de otros colegios, y mensajes evocativos de violaciones grupales. “Las vamos a violar” y “podríamos hacer como una manada entre nosotros” (en clara referencia a un bullado caso español), son algunas de las frases que en la instantaneidad de las redes sociales iban afianzando un rito de confraternización basado en la violencia contra las mujeres.
La antropóloga Rita Segato -una de las fuentes de inspiración de las autoras de “Un violador en tu camino”- ha subrayado que la violación, se perpetre o no materialmente como un acto grupal, tiene una fuerte dimensión intersubjetiva. Esta práctica es concebida y llevada a cabo “como una demostración de fuerza y virilidad ante los pares”, en la que el “poderío sexual” es más relevante que la satisfacción de la libido. De ahí, el uso de la violación en la cultura carcelaria. La violación sirve para disciplinar o castigar cuerpos femeninos o feminizados.
La violación no es, entonces, algo marginal o excepcional. Ocurre con frecuencia en casas, universidades, conflictos armados, entre otros espacios, en una cifra muy superior a la que cuantifican los registros oficiales. La violación grupal -la variante que suele escandalizar más y recibe mayor atención mediática- no es tampoco rara. Su ocurrencia se ha denunciado en países tan diversos como India, España, Argentina o, sin ir más lejos, en Chile, en la conocida fiesta de La Pampilla. Por último, la violación, como alegoría (esa que campea en la industria del porno o en las letras del reggaeton) o como fantasía masculina, es sencillamente inconmensurable dada su transversalidad. Los mitos también se extienden a la figura del violador. En contra del arquetipo tradicional, quien perpetra o fantasea con ella no es necesariamente un extraño, un psicópata, ni opera en las sombras. Puede ser un padre, un amigo, un vecino, un compañero o una pareja.
Comprender los vínculos entre la violación y un modelo de masculinidad arcaico, pero que todavía goza de buena salud (entre otras cosas, porque se alimenta de manifestaciones culturales que nos parecen triviales o inocuas), es fundamental para que la violación y el soporte cultural que la rodea, dejen de ser considerados un rito o prueba de la masculinidad, particularmente por los hombres más jóvenes.
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