La cumbre de una montaña
No es lo mismo alcanzar la cumbre de una montaña cuando uno se ha esforzado en el proceso de escalarla, que cuando el azar, la suerte o la casualidad lo pone en esa misma cumbre".
La frase es del Presidente Sebastián Piñera (hijo de un embajador y exalumno del Verbo Divino), cuando, acompañado de la ministra Marcela Cubillos (hija de un ministro y exalumna de La Maisonnette), sucesora de Gerardo Varela (nieto de un ministro y exalumno del Saint George's), presentó el proyecto de "admisión justa", que modifica la reforma encabezada por Nicolás Eyzaguirre (sobrino de un ministro y exalumno del Verbo Divino).
"Nuestra sociedad tiene que aprender a valorar más el esfuerzo de nuestros niños y jóvenes", dijo también Piñera. Pero al seleccionar a sus colaboradores, el Presidente valoró solo el esfuerzo de aquellos formados en un hermético círculo de colegios del barrio alto de Santiago.
De los 24 miembros del actual gabinete, ninguno egresó de la educación pública, y apenas dos salieron de colegios subvencionados. Los 22 restantes fueron puestos al inicio de su vida, por "el azar, la suerte o la casualidad" de su cuna, en colegios de élite: cuatro ministros en el Tabancura, tres en el Saint George's, tres en el Villa María Academy, dos en el Sagrados Corazones de Manquehue, dos en el San Ignacio El Bosque, dos en el Verbo Divino.
Dos tercios de los ministros vienen de apenas seis colegios, el 0,05% de los que hay en Chile. Establecimientos que suman una matrícula de 10.041 alumnos: el 0,26% del total. Y esos seis colegios son todos, sin excepción, católicos, del barrio alto de Santiago, y con mensualidades sobre los 350 mil pesos.
Esa realidad no toca solo al gabinete. Si en 1973 el 69% de los diputados provenía de colegios públicos, para 2009 esa cifra ya había caído al 33%. Si algo tienen en común todas las reformas y contrarreformas de los últimos 40 años (municipalización y desmunicipalización; promoción del copago y eliminación del copago; más o menos selección; lucro o no lucro), es que han sido decididas por personas que no estudiaron en esos colegios ni envían a sus hijos a ellos.
Más mérito, clama la derecha. Más inclusión, contesta la izquierda. Es un apasionado debate sobre las vidas de otros. Las normas que alegremente discuten, cambian y experimentan no los afectan a ellos, a sus familias ni a las de sus círculos de amigos, socios y contactos.
Si algo tienen en común todas estas reformas, es que ninguna de ellas toca, ni con el pétalo de una rosa, a la educación que sí incumbe al poder: la de los colegios en que ellos y sus hijos se forman. Ni la dictadura, ni la Concertación, ni la Nueva Mayoría ni Chile Vamos entraron a ese campo minado.
Un estudio del sociólogo Sebastián Madrid describe cómo estos colegios, "deliberadamente, seleccionan a 'iguales' y establecen redes de contacto activas basadas en amistad y parentesco". Una "endogamia" -dice Madrid- en que los colegios sí pueden discriminar a su antojo, descremando las familias con los apellidos y las redes correctas desde el prekínder.
Hagamos que la discusión se ponga interesante. Quienes claman por la inclusión como remedio a todos los males, ¿estarían de acuerdo con que los cupos del Grange o La Girouette fueran sorteados entre todas las familias interesadas, con generosas becas para aquellas que no puedan costearlos? ¿O, al menos, que incluyan un porcentaje de "vulnerables" como deben hacerlo los demás? Esa sí que sería integración.
Quienes tienen al mérito como su bandera, ¿aceptarían que desde 7º básico, solo los alumnos con las mejores notas pudieran permanecer en el Tabancura o el Villa María, y que los demás -esos que no tuvieron talento ni mérito, esos que no se esforzaron lo suficiente- fueran destinados al liceo más cercano? Esa sí que sería meritocracia.
Estos colegios suelen ser bautizados con metáforas de altura: Cordillera, Cumbres, Everest, Highlands. Qué fácil es dar lecciones hacia abajo, desde la cumbre de la montaña, cuando se nació tan cerca de la cima.
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