La Democracia Cristiana en crisis
Ha sido notorio el éxodo de emblemáticos militantes de la Democracia Cristiana (DC), especialmente luego del plebiscito constitucional, donde el partido se había inclinado institucionalmente en favor del Apruebo. La semana recién pasada oficializaron su renuncia los senadores Ximena Rincón y Matías Walker, a la que se sumó el gobernador Patricio Vallespín; antes había tomado igual determinación el gobernador de la Región Metropolitana, Claudio Orrego. A la hora de justificar sus razones, han coincidido en que el partido se ha desconectado del país real, y que en su interior se ha perdido todo espíritu de sana convivencia.
El partido cuenta aún con más de 30 mil militantes, brindándole una base territorial importante, pero es un hecho que su peso político es cada vez menor: luego de haber sido el partido con la bancada parlamentaria más robusta, ahora debe contentarse con apenas tres senadores y ocho diputados; su enorme caudal de votos se ha esfumado, pues del 1,8 millón de votos que logro en la elección de diputados de 1993, en las de 2021 apenas supero los 260 mil. A partir del año 2000 ninguno de sus candidatos presidenciales ha logrado triunfar, y en la reciente Convención Constitucional su presencia fue mínima, perdiendo cualquier posibilidad de jugar un rol incidente en el debate constitucional. El hecho de que distinguidas personalidades, entre ellas el expresidente Eduardo Frei, hayan sido pasadas al tribunal supremo por haber favorecido la opción Rechazo, desafiando la postura oficial, solo es una muestra más de la descomposición interna en la que ha caído.
Han quedado muy atrás los días en que la DC jugó un rol preponderante en la política chilena, partiendo en la década de los años 60, luego como actor decisivo en la oposición al régimen militar, y ya en la transición como fuerza política bisagra, brindando un potente anclaje al polo de centroizquierda que gobernó por espacio de dos décadas. Las señales del quiebre fueron ya muy evidentes en el gobierno de la Nueva Mayoría, donde la conformación de un pacto de gobierno con el Partido Comunista nunca terminó de cuajar. En 2018 partieron figuras muy emblemáticas de la colectividad, como Mariana Aylwin, Gutenberg Martínez y Soledad Alvear, signo evidente del malestar que se venía fraguando en su interior. La decisión de respaldar institucionalmente el Apruebo fue el último capítulo de esta trama, que terminó de fracturar a la colectividad.
A la luz de todo lo anterior, la crisis interna por la que ahora atraviesa el partido es la culminación natural de un proceso que lleva fraguándose varios años, donde se ha hecho evidente que el choque de las dos “almas” que conviven en su interior -entre aquellas que se niegan a renunciar a su vocación centrista, versus las que favorecen un camino marcadamente identificado con la izquierda- han llevado a la total pérdida de identidad del partido, sin que sea claro cuál será el espacio que estará llamado a ocupar.
Al haber abandonado su vocación de partido de centroizquierda, la DC ha renunciado un nicho que está empezando a ser ocupado por nuevos actores, como es el caso de Amarillos por Chile, ahora un partido en formación, o movimientos que podrían formarse en torno a algunas de las figuras que han dejado sus filas. Si bien aún está por verse si estos movimientos lograrán cristalizar en proyectos políticos viables, constituye en todo caso una buena noticia que este espacio nuevamente se empiece a llenar.
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