La democracia que debemos defender

Elecciones


Por Sergio Muñoz Riveros, analista político

Nadie duda de que el próximo domingo participaremos en elecciones limpias; con reglas claras y garantías para todos; organizadas y supervisadas por un eficiente órgano autónomo, como es el Servel; con apoderados de los candidatos en las mesas de votación; con eficaz resguardo de los locales por parte de las FF.AA.; con un sistema de escrutinios a prueba de fraudes, cuyos resultados son revisados y validados por el Tribunal Calificador de Elecciones. Además, la campaña electoral confirmó que las libertades de expresión, asociación y reunión están plenamente garantizadas. Todos los partidos pudieron desplegar su actividad proselitista protegidos por la ley y con financiamiento estatal asegurado.

El pluralismo político es una realidad en nuestro país. Y la alternancia en el poder, un dato rotundo. Desde 1989, hemos elegido a siete presidentes de la República en elecciones irreprochables, y también senadores, diputados, alcaldes y otros cargos en las mismas condiciones. La división de poderes es el cimiento firme del estado de derecho. Se trata, pues, de la democracia que hemos construido después de haber pasado por la traumática experiencia de perderla.

Y, sin embargo, las bases de esa institucionalidad, fruto de la acumulación de reformas durante 30 años, están hoy en entredicho. Desde julio, la Convención Constitucional, ese segundo parlamento creado a partir de las torpezas y malentendidos de noviembre de 2019, se ha convertido en un inmenso foco de incertidumbre. Sus controladores creen que tienen poder para refundar el país y hasta cuestionar su unidad. Incluso la duración del próximo mandato presidencial está en la nebulosa.

¿Cómo llegó Chile a este punto? Como consecuencia de la irrupción de la barbarie con rostro social en octubre de 2019 (a cargo de una oscura coalición de fuerzas político/delictivas), y del populismo constitucional que se apoyó en el chantaje de nuevas violencias (a cargo de dirigentes políticos con escasos escrúpulos).

¿Estuvo en peligro nuestra democracia en los últimos dos años? No cabe duda. ¿Y desde qué lado vino ese peligro? Tampoco hay duda. Lo que al comienzo se llamó estallido social, más tarde revuelta, y ahora “levantamiento popular”, como dijo el exministro socialista Luis Maira, fue en rigor un intento por provocar un quiebre institucional y derrocar al gobierno legítimo. En ese contexto, el oportunismo de los partidos opositores llegó muy lejos: con un pie en la calle y el otro en el Congreso, alentaron todas las formas de lucha contra el gobierno, y se frotaron las manos ante la perspectiva de volver a La Moneda antes de cuatro años. Sus credenciales democráticas quedaron manchadas.

A la hora de votar, es indispensable tener presente que la democracia nunca está completamente a salvo. Como nos consta, puede ser atacada por la espalda. Nada es más importante que sostenerla a pie firme.