Opinión

La derecha cavernaria

Mario Vargas Llosa no solo fue uno de los más grandes novelistas de nuestra lengua. Fue, además, un político y comentarista de derecha.

Pero no de cualquier derecha. Vargas Llosa abogaba por una derecha liberal, tanto en lo económico como en los derechos individuales, y democrática, distante a cualquier dictadura.

Como tal, Vargas Llosa condenó tanto las dictaduras de izquierda, partiendo por Cuba, como las de derecha, incluyendo al régimen de Pinochet.

En nuestro país fue muy cercano a Sebastián Piñera, a quien apoyó en cada una de sus campañas. Pero solía perder la paciencia ante la atracción de algunos políticos chilenos por el régimen de Pinochet y sus crímenes.

Célebre es su indignada respuesta al polemista libertario Axel Kaiser cuando en 2018 este intentó distinguir entre dictaduras malas, de izquierda, y “menos malas, por no decir mejores” como la de Pinochet. “Esta pregunta yo no te la acepto. No, las dictaduras son todas malas”, dijo enfático el novelista, quien agregó que “algunas pueden traer beneficios económicos a ciertos sectores, pero el precio que se paga por eso es intolerable e inaceptable (...) Todas las dictaduras son inaceptables”.

“Esta es la reacción que quería provocar”, musitó un desconcertado Kaiser. Vargas había demostrado la diferencia entre un verdadero liberal y estos autodenominados “libertarios”, que se llenan la boca con la palabra “libertad” pero están dispuestos a hacerse los lesos ante la más atroz represión de las libertades del individuo por parte del Estado (el secuestro, la tortura, el asesinato) cuando conviene a sus bolsillos.

Un año antes, en 2017, a propósito de la oposición al aborto en tres causales, el escritor había hablado contra la “derecha cavernaria” chilena, que “no es liberal” y “no entiende lo que son los Derechos Humanos”.

Tras la muerte de Vargas Llosa, la candidata Evelyn Matthei homenajeó a “un firme defensor de la democracia y la libertad (...) un hombre audaz, que nunca tuvo miedo de dar la pelea en defensa de sus ideas”.

Sin embargo, poco después Matthei afirmó que el golpe militar “era necesario”, porque “no había otra”, y que “al principio, en 1973 y 1974, era bien inevitable que hubiese muertos, porque estábamos en una guerra civil”, pero que “en 1978, en 1982, ya no. Hubo gente que hizo mucho daño, loquitos que se hicieron cargo y que nadie los frenó a tiempo”.

Así, Matthei se instaló en el campo de esa “derecha cavernaria” que denunciaba Vargas Llosa, que es incapaz de defender siempre, sin excepciones ni notas al pie, los valores básicos de libertad y democracia.

Y de paso traicionó el legado de Piñera, a quien Matthei y Chile Vamos sacan a colación cada cinco minutos, mientras borran con el codo lo que el expresidente escribió con la mano al condenar a la dictadura y sus “cómplices pasivos”.

La tragedia que vivió Chile no era necesaria ni inevitable. Sí “había otra”. Lo creía el propio Augusto Pinochet, que recién el 9 de septiembre, amenazado por Merino y Leigh, aceptó a regañadientes sumarse a la conspiración.

Y, ya desatado el horror, ¿cuántas de las 1.253 muertes de 1973 y 1974 eran inevitables, según esta “doctrina Matthei”? ¿Era inevitable torturar, asesinar y hacer desaparecer a 24 personas que se entregaron ese mismo día en La Moneda? ¿Era inevitable asesinar a los médicos Enrique Paris, George Klein y Héctor Pincheira, al sociólogo Claudio Jimeno, el economista Jaime Barrios y al intendente Enrique Huerta?

¿Era inevitable torturar y asesinar al cantante Víctor Jara? ¿Era inevitable secuestrar y desaparecer al sacerdote Antonio Llidó? ¿Era inevitable secuestrar y torturar al general Alberto Bachelet? ¿Era inevitable ejecutar al director de orquesta Jorge Peña Hen? ¿Era inevitable asesinar al periodista estadounidense Charles Horman? ¿Era inevitable torturar y ejecutar a Littré Quiroga?

¿Era inevitable enviar un comando a Buenos Aires para asesinar al antecesor de Pinochet, el general Carlos Prats, y a su esposa Sofía Cuthbert? ¿Era inevitable secuestrar y torturar al exministro José Tohá?

Matthei justifica su frase diciendo que “estábamos en guerra civil”, lo que es falso. No hubo ninguna guerra civil. Lo que hubo fue una guerra contra los civiles. Una matanza ejecutada por agentes del Estado contra personas indefensas. Miles de víctimas fueron secuestradas, vejadas y asesinadas sin que pudieran oponer resistencia.

¿O acaso era inevitable llenar el país de centros de tortura, era inevitable desatar el horror sádico, las descargas eléctricas y las violaciones contra hombres y mujeres?

¿Era inevitable matar al estudiante de 14 años Luis Retamal, dentro de su propia casa? ¿Era inevitable hacer desaparecer al contador Guillermo Arenas y al dirigente sindical Iván Miranda? ¿Era inevitable asesinar al instalador sanitario Benito Torres, al reportero gráfico Hugo Araya, al chofer Drago Gojanovic, y a la funcionaria universitaria Marta Vallejo?

Lo último es responsabilizar a los “loquitos” por los crímenes posteriores. De nuevo, eso es falso. La represión no fue obra de “loquitos”. Fue una maquinaria jerárquica, con mando, organización y disciplina. Los atentados contra Orlando Letelier, Tucapel Jiménez o Bernardo Leighton fueron crímenes de Estado fríamente planificados para eliminar a opositores y sembrar el terror. El “retiro de televisores” fue una operación burocrática cumplida por militares en todo Chile para hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas.

Nada de “loquitos”. Esto fue un horror racional, fríamente ejecutado.

Esto importa, y hoy más que nunca. Cuando la democracia está en crisis, como ocurre en gran parte del mundo, es fundamental saber cómo reaccionarían nuestros líderes en una situación límite.

¿Estarían dispuestos a repetir horrores como los de hace 50 años, porque “no hay otra” o “es inevitable” destruir la democracia y asesinar a compatriotas?

¿O, por profunda que sea la crisis, cerrarían la puerta a cualquier salida violenta, enfatizando que los golpes, las dictaduras y los crímenes no son nunca opciones válidas?

Sabemos lo que piensa la derecha paleolítica de Kast, que celebra el golpe. Y la derecha jurásica de Kaiser, que llega al extremo miserable de aseverar que están “bien fusilados” los asesinados de Pisagua.

Pero se esperaría otra cosa de Evelyn Matthei y de Chile Vamos, que se proclaman herederos del legado de Piñera, y admiradores de los ideales de Vargas Llosa.

Dirigentes de Evópoli lo han hecho, reafirmando su compromiso con la democracia. Es de esperar que otros en la derecha los sigan.

Porque Chile no merece tener, en 2025, una derecha que aún se refugie en las cavernas del autoritarismo.

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