La destrucción del Instituto Nacional y de la educación pública
Los resultados de la PAES vuelven a marcar el diagnóstico, pero ahora es peor: ninguno de los llamados liceos emblemáticos está entre los mejores 200 de Chile.
El debut de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES) no logró cambiar la realidad que han mostrado sus antecesoras (PSU Y PTU) en relación al grave deterioro de la educación pública y sus brechas con los colegios particulares. Si bien siempre es pretencioso pensar que un instrumento de medición puede alterar la realidad -cambiar el termómetro no hará que se supere la enfermedad-, lo cierto es que la PAES fue anunciada como una prueba más justa y más confiable a la hora de medir con mayor precisión las habilidades requeridas para enfrentar la educación superior.
Los resultados parecen contradecir aquello. Porque si bien cerca del 90% de los alumnos se forma en establecimientos municipales y particulares subvencionados, solo tres colegios municipales están en el ranking de los mejores 100 de la PAES. Los 97 restantes son todos particulares pagados y uno subvencionado. Esta es una fotografía a la cual nos tienen acostumbrados las pruebas de selección universitaria, una que da cuenta del verdadero abismo que se ha producido entre la educación privada y la pública.
Dramático en esto ha sido la caída de los llamados liceos emblemáticos, aquellos que antaño formaron grandes figuras nacionales, como Parra, Mistral, Neruda y varios presidentes. Hoy, ninguno de ellos aparece en los primeros 200 lugares del ranking. Lo más notorio es que el deterioro parece tener nombre y apellido: el llamado “movimiento pingüino” y todo lo que vino después. Al respecto, el economista Óscar Landerretche publicó una dura comparación entre el año 2005 (previo al movimiento pingüino) y la posición de la PAES 2022. En ella se constata que, en ese período, el Instituto Nacional pasó del lugar 9 al 201; el Liceo 1 de la posición 118 a la 544; el de Aplicación del lugar 352 al 944; el Barros Borgoño del 363 al 944 y el Barros Arana del 523 al 833.
Lo paradójico es que durante todo este período se han realizado políticas que supuestamente han buscado recuperar la educación pública. Al menos ese fue el sentido de los movimientos estudiantiles, pero los resultados han sido los inversos. Por ello, el mismo Landerretche advierte: “No conozco países desarrollados ni democracias modernas con educación así de mala. Quizá debiéramos cambiar de estrategia”.
No cabe duda de que se necesita un cambio de enfoque, uno que se oriente hacia la calidad, en vez de la ideología; uno que se dedique en forma urgente a resolver los problemas en la sala de clases, más que a la estructura del sistema o a cómo “bajar de los patines” a los alumnos más acomodados para lograr la equidad. Nada de esto ha sucedido en los últimos años, porque si bien los movimientos estudiantiles pusieron el tema sobre la mesa, lo hicieron también marcando una ideología que buscaba más la estatización de la educación o satisfacer aspiraciones de grupos de interés antes que la calidad.
Para dar cuenta de ello, basta mirar algunas de las grandes reformas de los últimos años, aquellas que han consumido grandes recursos y esfuerzos, como la gratuidad universitaria. El resultado está a la vista: solo una fracción de alumnos está en condiciones de acceder a dicho beneficio, porque la educación básica y secundaria no les entrega las herramientas mínimas para aquello. Todo esto fue advertido en su momento, pero la ideología pudo más. Otro ejemplo es el llamado Sistema de Admisión Escolar, que regula a los colegios municipales y subvencionados, creado como una forma de hacer más “justa” la selección escolar y que hoy obliga a muchos padres a acampar por varios días en las afueras de los establecimientos que son de su preferencia para poder conseguir un cupo. Así, lo que buscaba equidad de acceso, se transformó en un sistema “humillante”, en palabras de las propias familias.
A las reformas mal concebidas, se suman el ausentismo escolar postpandemia que alcanza niveles críticos y que puede significar una pérdida no menor en el aprendizaje de toda una generación. A ello también cabe añadir el impacto de la violencia sin control, especialmente en los liceos emblemáticos, frente a lo cual ha existido una nula respuesta del Ministerio de Educación, que inexplicablemente se ha empeñado en una agenda muy distante de los verdaderos problemas.
No es fácil pedir un cambio de estrategia a un gobierno donde su Presidente y varios ministros fueron los líderes del movimiento estudiantil que comenzó todo esto. Pero lo cierto es que resulta indispensable enmendar el rumbo, porque sin educación de calidad no hay posibilidad alguna de ser un país mejor, más justo o más desarrollado.
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