La dignidad del esfuerzo
Por Tomás Sánchez, autor de Public Inc. e investigador asociado de Horizontal
Paulina comenzó su negocio propio hace 12 años, no porque soñaba con ser una gran empresaria, sino porque la plata no alcanzaba para la educación de sus tres hijos. De a poco dio forma a su almacén, que es el sustento de su familia. No lo heredó, lo arrienda. Y lo paga con duras cuotas de muchas horas de trabajo.
Pocas cosas son tan humanas como el esfuerzo. La voluntad al servicio de una idea o aspiración. La capacidad de sobreponerse a cualquier tipo de adversidad y hacer los proyectos realidad. Es la fortaleza frente a la fragilidad, y el levantarse nuevamente ante pequeños o grandiosos contratiempos. En esa intensión vulnerable nos encontramos con la dignidad. En el inconmensurable valor que cada uno le entrega a empujar sus límites y perseguir sus sueños, en el respeto a la voluntad. Causas nobles por su origen, no por su fin.
Sin embargo, cuando la violencia destruye lo que el esfuerzo de muchos construye, es el epítome de la injusticia haciendo añicos la dignidad. Cuando esa violencia empieza a normalizarse es la constatación del fracaso de la política y la incapacidad de articular una sociedad en armonía. Cuando unos en nombre de la dignidad destruyen lo construido con el esfuerzo de otros, su causa revela ser injusta y opresora. Es imponer su agenda sin respeto a la dignidad del resto.
En Chile, a diferencia de países desarrollados, el 80% de los emprendedores tuvieron como motivación la necesidad. Fue la escasez de trabajo lo que los empujó a esforzarse y arriesgar las certezas que tenían a la mano para crear un negocio desde cero. Nuestro país es uno de emprendedores, donde solo el 30% de los empresarios establecidos gana más de 1,2 millones de pesos mensuales, y entre los emprendedores en etapas tempranas ese porcentaje queda por debajo del 20%. En Chile, emprender no es sexy, es necesario.
Simplemente no me puedo llegar a imaginar la pena, impotencia y desconsuelo de Paulina al ver todo su patrimonio saqueado impunemente. De su vecino artesano con sus obras ardiendo en medio de un incendio o de su contadora con su oficina destruida. Imposible descubrir qué es mas doloroso; recoger los pedazos al día siguiente, mirar a los ojos a sus empleados al contarles que ya no tienen trabajo, o intentar hacer sentido existencial de tamaña injusticia.
No hay chilenos más dignos que quienes se levantan diariamente a trabajar por sus sueños, arriesgan todo lo que tienen y crean oportunidades para quienes los rodean. Ellos no tienen tiempo para ir a marchar, para ser miembros activos en gremios o participar del debate público. Están ocupados parando un negocio con la cabeza bajo el agua, en un circo pobre, donde hay que hacerlas todas. Paulina atiende bien a sus clientes, intenta llegar a tiempo con sus proveedores, da empleo y paga sus impuestos.
La sociedad solo tenía que defender la dignidad de su esfuerzo.
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