La diplomacia en el mundo del siglo XXI

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Por Boris Yopo H. Sociólogo, analista internacional y exembajador

Ocasionalmente, se habla en nuestro país sobre la necesidad de hacer reformas en el andamiaje institucional de la política exterior y en el ejercicio de la profesión diplomática, y se propone a veces, la adopción de “modelos y arreglos institucionales” provenientes de otras latitudes, sin tener en cuenta que hoy existe una revisión global de una actividad que ha sido puesta aprueba como nunca, a partir de las grandes transformaciones mundiales que tienen lugar en este nuevo siglo. Por ejemplo, el Presidente Macron acaba de anunciar una modificación completa del servicio diplomático de Francia, lo que ha generado la resistencia de este gremio. Así, la gran pregunta que se plantea en muchos países hoy es cuál es el papel de la diplomacia estatal en un mundo que cambia a pasos vertiginosos, y donde el Estado debe interactuar con una multiplicidad de actores internos y externos que inciden crecientemente en las políticas que antes eran prerrogativa exclusiva del poder central.

Por cierto, la máxima del entonces Canciller de Prusia Otto von Bismarck (pieza clave de las relaciones europeas en el siglo XIX) de que la diplomacia “es el arte de ganar amigos en el exterior” continúa siendo válida, el tema es que los interlocutores se han multiplicado exponencialmente, lo que exige un nuevo diseño del quehacer diplomático, más orientado a trabajar con la sociedad civil, doméstica e internacional. En otras palabras, pasar cada vez más de la antigua diplomacia “de salón” y restringida a vínculos con interlocutores estatales, a una diplomacia “de redes” que dé cuenta de la compleja organización que hoy tienen las sociedades post-modernas, donde distintos actores privados y no gubernamentales tienen una creciente injerencia en las decisiones de la política exterior.

Es a partir de este desafío, entonces, desde donde deben discutirse los eventuales ajustes a una actividad que ha sido históricamente poco permeable a los cambios. Y para ello hay que tener en cuenta dos aspectos que son esenciales:

Primero, la necesidad de una nueva mirada respecto a los desafíos y tareas en la inserción internacional del país después de 30 años de democracia, donde aparecen temas cruciales para nuestro futuro, como son la crisis climática, la rivalidad global China-EE.UU., y el reordenamiento geopolítico global en curso, que tendrá grandes consecuencias para nuestro margen de acción global en los próximos años y décadas.

Segundo, que no hay un modelo único para realizar eventuales transformaciones a la institucionalidad estatal de la política exterior. Una evaluación comparada a nivel internacional demuestra que hay diversos diseños institucionales, y que éstos responden a la historia específica de los países y a los desafíos concretos que enfrentan en su política exterior. Más que “importar” modelos, hay que buscar aportes útiles de otras experiencias que estén en sintonía con las necesidades que definen las autoridades legítimas del país. Porque buenos representantes y equipos diplomáticos, sí hacen una gran diferencia para posicionar al país en los foros internacionales, y ante las contrapartes en países donde tenemos embajadas, y si Chile ha ejercido muchas veces una influencia en el exterior, por sobre sus capacidades objetivas de poder, es entre otros, porque ha tenido destacados cancilleres y embajadores; pienso en Hernán Santa Cruz y Gabriel Valdés, entre otros, que supieron entender bien las claves esenciales del mundo donde se movían en esos momentos.

Lamentablemente, en nuestro país este tema todavía muchas veces se aborda desde la perspectiva de intereses sectoriales (políticos, gremiales, etc.), que aunque respetables tienden a confundir esos intereses con aquellos más permanentes del país. Lo que se necesita hoy es una institucionalidad capaz de adaptarse y anticiparse a los grandes cambios globales, para minimizar sus impactos negativos, y para que éstos evolucionen en una dirección concordante con nuestros intereses más permanentes. Por eso es que este tema hay que abordarlo con una mirada más de “Estado” y de largo plazo, cosa que en cada elección siempre se promete, pero que usualmente se cumple a medias después. Pero si nos tomamos en serio que nuestra presencia en el mundo es vital para nuestro futuro, entonces alguna vez habrá que hacerlo en serio también. Nunca es tarde.

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