La elección presidencial
Por Luis Larraín, presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo
Todos los senadores de oposición votaron esta semana por destituir al Presidente Piñera. De haber logrado la mayoría de votos necesaria, por segunda vez en cincuenta años un Presidente de Chile no habría terminado su mandato, como ocurrió el 11 de septiembre de 1973 con Salvador Allende.
La intentona de sitiar los poderes institucionales durante este gobierno tiene precedentes: el 12 de noviembre de 2019 los partidos de oposición declararon que se requería una nueva Constitución emanada de la ciudadanía movilizada en las calles, en un proceso constituyente establecido por la vía de los hechos. Días después, se firmó el acuerdo que dio origen al proceso que vivimos y que es hijo de la violencia del 18 de octubre y los días siguientes, violencia legitimada como instrumento de acción política por la izquierda.
Mañana votaremos en la elección presidencial luego de ver en la televisión a seis de los siete candidatos al cargo. ¿Podemos sorprendernos de la polarización en la política chilena? Si triunfa Gabriel Boric, perfectamente posible, y la izquierda obtiene mayoría en el Congreso, un hecho cierto, Chile experimentaría la tormenta perfecta: un gobierno y un Congreso empeñados en destruir lo construido en los últimos treinta años, bajo las directrices de la Convención Constitucional que los chilenos ya conocen.
Lo que está en juego en las elecciones presidenciales es la mantención de la democracia representativa, esta vez amenazada por la izquierda. La historia reciente de Latinoamérica lo señala con claridad y la realidad cotidiana que vive la mayoría de los chilenos en las calles es que campea la violencia delictual y política, el narcotráfico, la inmigración descontrolada, ataques terroristas en La Araucanía, destrucción de bienes públicos y privados y precariedad de la economía hogareña, aplastada por la inestabilidad y el caos promovidos por la izquierda.
El debate presidencial no se hizo cargo. Ni periodistas ni candidatos dedicaron siquiera un 10% del tiempo a discutir estos temas. Por eso, las lecturas del debate de quienes no vivimos la crudeza de la realidad cotidiana de la mayoría de los chilenos pueden ser equivocadas. Más allá de cómo se respondió una u otra pregunta, lo que está en juego para la mayoría es algo más primario. El candidato más convincente para los votantes será aquel que se perciba capaz de sacarnos de la situación en que estamos.
El resultado de las elecciones, tan estrecho que se definirá por la capacidad de movilizar electores, obligará a resignificar el mal llamado estallido social. Ya no estamos solamente en una pugna entre “octubristas” y “noviembristas” que describiera un destacado sociólogo; aquí pueden entrar a tallar los “septembristas”. En cualquier caso, la tarea de reconstrucción económica y política será inmensa.
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