La equívoca señal que se envió con Cal y Canto

Metro anuncia el cierre de uno de los seis accesos a la estacion Cal y Canto
La equívoca señal que se envió con Cal y Canto. Yankovic/Aton Chile

El anuncio de cierre de un acceso de la estación Cal y Canto permite ilustrar en toda su magnitud los enormes costos que conlleva para la ciudadanía cuando se renuncia a restituir el orden público y permitir que las incivilidades o la delincuencia se adueñen de los entornos.



Enorme desconcierto produjo el anuncio de que la empresa Metro cerraría una de sus salidas en la estación Cal y Canto, específicamente la que da hacia Avenida La Paz. La razón es el cúmulo de incivilidades en torno a dicha salida, que se ha transformado en foco de cocinerías, prostitución y comercio ambulante, lo que por cierto también ha generado una importante actividad delincuencial.

La medida se justificó en que dicho acceso tiene una escasa ocupación de los usuarios de Metro, lo que es explicable producto del riesgo y desagrado que implica transitar por ahí. La decisión ha levantado una ola de cuestionamientos, ante lo que se entendió como una renuncia expresa del Estado para hacer su trabajo y restituir el orden público. Seguramente por ello las autoridades a cargo -entre ellas la Municipalidad de Santiago y la Delegación Presidencial- han salido al paso para contener estas críticas, y ahora han señalado que el cierre será temporal, además de anunciar planes de intervención y recuperación de ese espacio, si bien por ahora todo está en el plano de las generalidades.

Ciertamente la señal que han dado las autoridades ha sido muy equívoca, porque no se dimensionó que el cierre de una salida de estación implicaba mucho más que simplemente prescindir de un acceso, sino que en la práctica era todo un símbolo de cesión frente al vandalismo y la delincuencia, resignándose a la idea de que la ciudad debe acostumbrarse a convivir con zonas de sacrificio. La amarga experiencia de lo que fue la incesante destrucción de la Plaza Baquedano y su entorno en los días más álgidos del llamado estallido social sigue aún muy fresca, y la sola posibilidad de seguir cediendo espacios producto de la incapacidad o falta de voluntad para mantener el orden resulta intolerable.

El caso de la estación Cal y Canto permite ilustrar en toda su magnitud los enormes costos que conlleva para la ciudadanía cuando se renuncia a restituir el orden público y permitir que las incivilidades o la delincuencia se adueñen de los entornos. La zona donde se emplaza esta estación de Metro es probablemente uno de los cuadrantes más icónicos de Santiago, albergando sitios de enorme valor patrimonial y turístico. Muy cerca de ahí está el Mercado Central, la Estación Mapocho y la Vega Central, además de iglesias y otros lugares de interés. Sin embargo, en vez de ser un gran polo cultural, turístico y gastronómico de la capital, la zona se caracteriza por el evidente deterioro de sus espacios públicos, la masiva presencia del comercio ambulante -con especial intensidad en las cercanías de la Vega Central-, el incesante rayado de fachadas, además de focos de peligrosa delincuencia. No puede ser normal que se hable de la “esquina de la muerte”, o del “edificio del crimen”, y aun así no existan medidas de fondo que le pongan coto.

Las autoridades locales y regionales no solo deben asegurar que la estación Cal y Canto prontamente recupere su normalidad, sino que también deben ser capaces de mostrar con hechos concretos que el Estado no pretende renunciar a su fundamental deber de controlar las incivilidades y recuperar espacios públicos donde hoy cunde el deterioro.

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