La hora de los liderazgos

Plaza Italia


Como era previsible una amplia mayoría de los chilenos votó por una nueva constitución y, a contar de mañana, empezarán a sentirse progresivamente los efectos políticos de este resultado. Desde que se instaló el plebiscito, como mecanismo de solución de la grave crisis de gobernabilidad que estalló hace un año atrás, sostuve que esta elección pondría en cuestión el país que henos construido en los últimos treinta años, a la hora de escribir estas líneas me temo que ello es inevitable, especialmente con el amplio margen por el que triunfó el apruebo.

Por su parte, el resultado a la pregunta por el órgano que deberá redactar la nueva constitución arroja, de manera más holgada aún, la opción de la convención íntegramente elegida, ello es un rechazo feroz a la dirigencia política de todos los sectores. Probablemente, la oposición mirará exultante el haber logrado su objetivo político más buscado de los últimos treinta años, pero esa victoria puede convertirse en pírrica si no mira con atención y frialdad el portazo que la ciudadanía le ha dado a sus representantes parlamentarios.

Un resultado tan amplio como el de hoy tiene, por cierto, aspectos positivos innegables para quienes promovieron la opción vencedora; desde ese punto de vista, habría que ser ciego para negar que la izquierda acaba de obtener su mayor victoria desde aquella del 4 de septiembre de 1970 que llevó al gobierno al Presidente Allende. Sin embargo, tendrían que ser irresponsablemente autocomplacientes si no se dan cuenta, al mismo tiempo, que el segundo voto emerge como el germen del “que se vayan todos” tan conocido en otras latitudes.

Tres de cada cuatro chilenos tienen puesta su esperanza en que puede construirse un país diferente y cree, sin duda muy honestamente, que ello es posible mediante una nueva constitución, pero no espera que eso lo hagan los dirigentes políticos, sus ojos están puestos en un órgano ciudadano, sin “los mismos de siempre”, sean de derecha, centro o izquierda. Ahora viene el momento crítico en que esa expectativa debe conducirse de una manera institucional, legitimada y sustentable en el tiempo.

Se puede mirar el corto plazo, pensar bajo los códigos que a nivel empresarial se conocen como “hacer una pasada”, pero si los dirigentes políticos de izquierda se quedan en eso, en el discurso incapaz de levantar la vista más allá de Pinochet, nada bueno nos deparará el futuro. Por el contrario, este es el momento en que se requieren liderazgos, capacidad de mirar hacia el largo plazo, buscar el diálogo.

Ninguna victoria es definitiva y ninguna derrota es fatal, dijo sabiamente Churchill, el político más grande del siglo XX. Sólo si los nuestros son capaces, a contar de mañana, de ver eso hay esperanza en un futuro democrático y viable.