La importancia del camino

Convención Constitucional: 10 de Febrero 2022


Por Óscar Guillermo Garretón, economista

Pueden ser distintas las razones de por qué cada uno firmó “Amarillos”, pero nos convoca una convicción común: querer un camino a un futuro mejor; y no es claro que así esté ocurriendo. Compartimos con casi todos el deseo de un país más justo, más próspero, más respetuoso de nuestras diversidades. Pero un camino errado, del cual ha habido muestras abundantes, puede llevar a un país peor, en permanente polarización, con incertidumbres prolongadas en discusiones legislativas de largo trámite, con un estado fallido por su atomización y gestión ilógica de gastos e ingresos públicos, con descuidos graves de nuestra soberanía territorial y marítima, con estatizaciones de empresas y actividades que harían a Chile inviable en un mundo globalizado, con desigualdades y privilegios inaceptables en el acceso a la justicia, a la institucionalidad regional y al emprendimiento.

¿Está consumado ese camino a lo peor? No, si así fuera, los amarillos no tendríamos razón de ser. Solo cabría prepararse para rechazar lo que se acuerde. Valoramos que el pleno haya rechazado varias de las propuestas más grotescas. Pero no todas; y quedan muchas otras pendientes de votación.

Déjenme decirles algo. He leído sobre la revolución que creó EE.UU.; sobre la Revolución Francesa, que luego selló con su marca dramática y turbulenta el significado de la palabra “revolución”. También he conocido el envilecimiento de sueños de la Revolución Rusa y su desplome por la fragilidad bien maquillada del castillo de naipes que era. Viví el fracaso de las revoluciones latinoamericanas que sembraron de sangre joven selvas y ciudades; y para peor, veo en qué han terminado las revoluciones “exitosas” de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por cierto, viví en directo la experiencia de la UP y las consecuencias de su fin trágico. Ellas comparten un rasgo común: todos esos intentos de resolver injusticias y sueños por la imposición de una revolución política, terminan en un rotundo fracaso.

Las experiencias exitosas tienen una cosa en común: caminaron con todos. Nacieron de sus sociedades; de la convergencia en el propósito compartido de todos sus integrantes: comunidades transformadas en estados de EE.UU., acuerdo entre todos para sacar adelante una Alemania destruida, experiencias socialdemócratas de pacto social en Suecia o cultural en Nueva Zelandia. Son menos glamorosas, pero más exitosas que las revoluciones políticas de puño en alto, fusil o guillotina, desatadas por minorías vanguardistas, con ínfulas autoritarias legitimadoras de violencias.

Cuando llamamos a los convencionales a resistir la tentación de aprovechar la oportunidad para imponer al conjunto su propia visión de minoría empecinada en negarlo, es porque advertimos el peligro que vivimos como nación. Si la CC no rectifica, nos espera un futuro que no es de reencuentro en la casa de todos, sino de confrontación.