La izquierda que el viento se llevó
El asunto es más profundo y peligroso para los partidos actuales de izquierda. La victoria de Donald Trump es un campanazo de alerta sobre el cada vez menor poder que tienen en el mundo popular.
En el único debate donde se enfrentaron Trump y Kamala Harris, el actual presidente electo planteó que en muchas comunidades los inmigrantes ilegales se estaban comiendo las mascotas. Este asunto fue motivo de sorna, y muchos en el mundo progresista lo vieron como un símbolo de decadencia y por tanto de la victoria de Kamala, que había irrumpido con ventajas en las encuestas y con todo el amor de la izquierda mundial, por la serie de símbolos que reunía.
También cuando la campaña de Harris apeló al aborto como elemento diferenciador, varios dijeron es el fin de Trump. Las mujeres a lo largo de EEUU no votarían por un conservador y machista que quiere hacer retroceder por décadas el derecho de las mujeres. Algún que otro entusiasta de esta tierra pensó que había cometido el mismo error que Kast en la elección de 2021, y que eso decidiría la elección. Con los resultados en manos, varios corearon, como en la canción de Redolés, que era la “viejita” (o sea, el pueblo) el que se equivocaba.
El asunto es más profundo y peligroso para los partidos actuales de izquierda. La victoria de Trump es un campanazo de alerta sobre el cada vez menor poder que tienen en el mundo popular. Como hizo ver Bernie Sanders, los demócratas fallaron al no lograr captar el voto de los sectores rurales, de las clases trabajadoras y de quienes se sienten abandonados por la política tradicional.
La izquierda ha pasado de jugar un rol fundamental en la lucha por los derechos de los trabajadores, de los derechos de las mujeres, de las minorías, de las personas discriminadas a representarse a sí mismos en una especie de defensa de sus valores, como en “Lo que el viento se llevó”. Se siente cada vez más cómoda en sus ideas de pureza, castidad moral, transparencia excesiva, aunque sean claramente minoritarias. Afuera, el pueblo sufre desigualdad, inflación, inseguridad ciudadana, y las respuestas son teóricas y temerosas. Ocupando el ejemplo de los migrantes comiendo mascotas, en vez de hacerse cargo de las inseguridades de los barrios, opta por burlarse de las personas que creen en ello.
A manera de ejemplo, en Chile la migración es vista como una agenda de la derecha populista y no como un problema real que afecta a millones de personas. Las autoridades actuales decidieron que mostrar los aviones expulsando migrantes era violatorio de los derechos humanos, y por tanto nadie sabe si se está haciendo o no. Por otro lado, el propio Presidente se refiere a los delitos de una manera similar a la parodia que hizo Kramer en la Teletón, donde se ve indignado, pero poco resuelto a actuar. Por ello, el presidente salvadoreño y sus fórmulas extremas y directas se han convertido en la nueva utopía de la gente a pie.
Otro tema es el papel de la economía en la vida diaria. Trump supo capitalizar las preocupaciones económicas de millones de personas, planteando soluciones simplistas pero convincentes para quienes ven en el comercio internacional, la inmigración como factores que afectan el bolsillo. En contraste, los políticos progresistas promueven lo que creen correcto: agendas de justicia económica y ambiental, que no les interesan a quienes viven la precariedad laboral y la incertidumbre económica diaria.
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