La más importante pregunta
Por Jorge Burgos, abogado
La más importante pregunta que debe responder una Constitución es cómo se gobierna una democracia. El menú de respuestas es limitado y se pueden reducir a una corta lista: el parlamentarismo, el presidencialismo -incluidas las formas neopresidenciales o de presidencialismo exacerbado- y el semipresidencialismo.
A la vuelta de la esquina está el momento en que se iniciará este debate en nuestra sociedad. Empecemos por decir que ese debate no puede ser exclusivo de quienes forman parte de la comunidad de constitucionalistas -muy potente, por cierto-, sino que nos compete a todos quienes tenemos verdadero interés en el devenir del país.
Tal vez, como nunca antes en nuestra historia republicana, se abra la concreta posibilidad de sustituir el sistema presidencial que ha cruzado nuestra tradición constitucional. Como nunca han surgido voces y escritos sobre la necesidad de transitar hacia un régimen distinto. Lo anterior no solo ha provenido desde institutos o partidos que desde hace décadas sostienen críticas al presidencialismo exacerbado, se han unido ahora sectores que históricamente se negaban a cualquier variación; algunos lo llaman presidencialismo atenuado otros derechamente semipresidencialismo. Sin duda ha contribuido a aquello el farragoso cuatrienio en desarrollo y el surgimiento írrito de atajos parlamentarios.
Desde una mirada ciudadana -no docta ni con mucho- me inscribo entre aquellos que sostienen que es bueno mutar hacia una alternativa semipresidencial. Sistema que desde hace décadas funciona en países como Francia, Portugal, Austria, sin pretender agotar los ejemplos. La principal característica de esta forma de gobierno es que distingue entre el Presidente de la República, como jefe de Estado y el primer ministro, como jefe de gobierno. El primer Mandatario es elegido por sufragio universal de modo que está muy lejos de ser una figura meramente decorativa como suele ocurrir en regímenes parlamentarios. Otro rasgo distintivo y esencial es que el Presidente de la República nombra a un primer ministro, a quien en condición de jefe de gobierno le corresponde el ejercicio del Poder Ejecutivo, pero para poder asumir y permanecer en el cargo requiere el respaldo de una mayoría parlamentaria. Por cierto que hay otras características centrales, entre ellas la posibilidad de disolver anticipadamente el Parlamento en la búsqueda de la mayoría perdida.
Los países, y el nuestro por cierto, suelen ser acosados por situaciones de conflicto permanente entre gobiernos parapetados en las prerrogativas del Poder Ejecutivo y sus opositores que controlan las mayorías parlamentarias, resultado de aquello un clima de polarización o crispación extrema, a veces acompañada de parálisis del Estado.
Reconozco que hay elementos complejos como para intentar que esta propuesta sea indiscutida, mucho no ayuda la perfomance de buena parte de nuestros actuales representantes, tampoco la inexistencia de raseros más severos para evitar un multipartidismo sin límite.
Pero convengamos que discutir una nueva Constitución, sin asumir ésta, la más importante pregunta, es un escapismo flagrante.
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