La máscara de la muerte roja
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho Universidad de Chile
En estas fechas, imitando la tradición anglosajona, se celebra Halloween, festividad de origen celta en que es común ver niños disfrazados y representaciones asociadas al terror y el miedo.
Quizás por ello recordé el cuento “La máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe, uno de los más influyentes escritores americanos de su tiempo, famoso por su contribución a la literatura de terror. En su relato, el príncipe y su corte se refugian en un castillo lejos de una plaga que asola al reino, y abstrayéndose de ella, hacen una fiesta de máscaras. Poe describe con esmero las distintas habitaciones del castillo que los cortesanos recorren, incluida una, la más aterradora, a la que nadie quiere entrar, y en la cual durante la fiesta se infiltra la “muerte roja” sin que nadie la advierta hasta que se saca la máscara.
Toda historia admite diferentes lecturas, sin embargo, esta inevitablemente se puede asociar con el momento que atraviesa Chile tras el estallido social, el advenimiento de la pandemia, y la sistemática dilapidación económica y destrucción institucional que se ha desatado con fervor casi religioso. Para el prestigioso medio The Economist, los acontecimientos sugieren que Chile, lejos de parecerse a Finlandia, modelo que tantos suelen invocar, cada día se parece más a nuestros disfuncionales vecinos.
Prontos a una elección trascendental, en que se define el tipo de país de los próximos años y si Chile optará por el camino de la libertad y el estado de derecho, o se dejará llevar por esta fiesta interminable de violencia y destrucción, es imposible ignorar el juego de máscaras de candidatos que esconden sus programas, sus militancias o sus apoyos, y a la vez tratan de etiquetar falsamente a otros con una actitud inquisitorial. Como en el cuento, detrás de las máscaras no hay nada, solo un vacío, producido por nosotros mismos como sociedad, por nuestros temores, cobardía, resentimiento, envidia y egoísmo. A fin de cuentas, cada candidato es parte del espejo de lo que somos y, por ende, son parte de nuestra propia devastación. Como en el cuento, hemos recorrido a lo largo de la historia las distintas habitaciones políticas de nuestro país. ¿Queremos volver a entrar a aquella que solo nos trajo desolación, miseria y filas de desabastecimiento, y que permitió se infiltrara la muerte?
Una conocida frase de los años sesenta utilizada para ilustrar el entusiasmo que despiertan con frecuencia las posturas de extrema izquierda, a diferencia de las posiciones moderadas y el sentido común, aseguraba que era “preferible equivocarse con Sartre que tener razón con Aron”. Ello, por cuanto Raymond Aron con saludable escepticismo defendía las libertades y la democracia, frente a los embates de pensadores marxistas. De cara a las próximas elecciones y pese a las máscaras, aún podemos distinguir el campo de la libertad y alejarnos del actual pantano de odio irracional.