La (nueva) batalla de Chile
Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia política, Queen Mary University
El documental de Patricio Guzmán, finalmente en TV abierta, nos volvió a mostrar al Chile que enfrentó el dolor del Golpe. Un país profundamente fracturado donde, a punta de violencia, se construyeron héroes y villanos de nuestra historia. Pero también refleja magistralmente uno de los grandes hallazgos del estudio de sociedades divididas: la confianza que se genera a nivel de grupos que piensan lo mismo puede romper la posibilidad de generar confianza fuera de esos grupos.
Además de la dictadura chilena, hay numerosos ejemplos de conflictos que han partido a países en dos, rompiendo con sus vínculos más profundos. Desde la Guerra Civil española, los conflictos independentistas en Europa o el apartheid en Sudáfrica, hemos visto similitudes: alta confianza entre grupos homogéneos, violencia y opresión desde los ganadores a los perdedores.
La dictadura implantó un sistema cultural que privilegia el individualismo y la competencia, basado en la desconfianza interpersonal y, sobre todo, la desconfianza desde el Estado a la ciudadanía. Ese individualismo se acrecentó en democracia, cuando se consolidó un modelo neoliberal que resumió las relaciones sociales a relaciones de consumo. Si la dictadura rompió los vínculos, la transición terminó por encapsularlos. La cohesión social, ese término noventero para referirse a la capacidad de generar lazos relevantes en una sociedad, se convirtió en un fetiche de investigadores y autoridades, pero sin considerar cómo la misma estructura que los sustentaba era la que no permitía su formación.
Pero, ¿cómo se relaciona esto con el documental de Guzmán? La respuesta está en que el Chile de hoy tiene una diferencia fundamental: si bien estamos menos conectados en grupos homogéneos, sí hay mucho más acuerdo sobre cuáles son las transformaciones que el país necesita. La ciudadanía se ha manifestado, consistentemente, en contra de un sistema cultural que nos divide en experiencias vitales para ricos y pobres. La frontera que marcó el plebiscito del 88 fue desdibujada por el plebiscito del 2020.
Y ahora viene una nueva batalla de Chile, pero ya no entre nosotros, sino contra las estructuras que han sostenido un sistema injusto y desigual. Para eso, tenemos que aprender de nuevo lo que se nos olvidó en dictadura: a confiar en quienes nos rodean, en quienes piensan distinto y en las instituciones que están llevando adelante esas transformaciones. Eso no se logra en un tiempo corto ni bastan las protestas. Se construye en espacios de discusión, en objetivos comunes y en la capacidad de entendernos en nuestras diferencias.
Y, además, no es un camino en línea recta, nos vamos a encontrar consistentemente con retrocesos como el fraude de Rojas Vade o los constantes ataques a la Convención Constitucional, pero lo cierto es que la batalla hoy es más alegre, más esperanzadora, pero no menos incierta.