La palabra en las luchas del reconocimiento
Por Yasna Provoste, senadora DC
Hoy sabemos que el lenguaje es tan crucial en la construcción social del mundo, que sin él es inconcebible entender el sentido por el cual los seres humanos organizan sus vidas. Por eso, las palabras de escaños reservados entrañan el reconocimiento de que los pueblos indígenas son anteriores a la creación del Estado y no pueden ser tratados como minorías, sino que su inclusión es una deuda histórica y una oportunidad para la valoración de su cultura, de su identidad y de formas de reconocimiento mutuo.
Por la memoria del pasado podemos reconocer lo que las sociedades han sido y aspiran a ser. Por la promesa de futuro que representa este proceso constituyente, nos proponemos el desafío de rescatar su patrimonio, sus demandas y su mirada del mundo y de la sociedad y para ello, asegurar escaños reservados para nuestros pueblos originarios.
Son más de mil años de historia de lo que Ricardo Latcham llamó en mi caso la cultura diaguita. Sus testimonios arqueológicos abundan por doquier en lo que hoy son las regiones chilenas de Atacama y Coquimbo, donde ocuparon una extensión de 630 kilómetros, desde el río Salado hasta la cuenca del río Choapa.
Culturas que trabajaban el cobre, la plata y el oro, y que empleaban complejas técnicas para la elaboración de cerámicas y textiles. Eran sociedades comunitarias. Alimentos y semillas eran conservados en silos comunales que garantizaban la autosuficiencia y la sustentabilidad de los recursos, que eran intercambiados, es decir todo lo contrario que representa el modelo neoliberal donde la competencia y el individualismo se imponen como motor de desarrollo.
La usurpación que practicaron los españoles de las fértiles tierras de Huasco Bajo donde estaban asentadas las poblaciones prehispánicas, y su erradicación hacia la agreste Paitanasa, es uno de los episodios más vergonzosos de la dominación colonial. Pues bien, no podemos hacer padecer nuevas expropiaciones, ahora de los derechos más esenciales como lo es la participación en el órgano constituyente.
Nuestra Constitución carece de un reconocimiento explícito de los pueblos indígenas; por ello es que abrigamos la esperanza que en este proceso constituyente que ya se encuentra en pleno desarrollo, nos permita incorporar medidas de multiculturalismo o plurinacionalidad en el ordenamiento jurídico que incluya entre otras materias la propiedad indígena como un bien que debe ser resguardado, pero esto ya no requiere de voceros que hablen por los pueblos, sino que se deben asegurar escaños reservados para garantizar su protagonismo.
En las últimas décadas, América Latina ha sido testigo de lo que José Bengoa (2000) ha llamado la “emergencia indígena”. Se trata de la irrupción de diversos movimientos indígenas reclamando, en general, una nueva relación con sus estados, basada justamente en el reconocimiento de los derechos colectivos que les corresponderían en su calidad de pueblos preexistentes a los propios estados.
La expectativa mínima de los pueblos originarios de poder participar e incidir en la formación de una nueva Constitución es a través de los cupos supra numerarios que permita a lo menos 25 escaños reservados que aseguren participación de todos los pueblos reconocidos en la ley indígena.
La vigencia de un Estado unitario, como se declara el Estado de Chile, no es ni puede ser contradictorio con el reconocimiento de la diversidad de los pueblos e identidades originarias que lo constituyen y quienes pretenden reducir esta discusión a una cuestión meramente proporcional, simplifican la realidad y esta urgencia ética y política con el solo objeto de mantener la misma realidad actual de desconocimiento y marginación de los pueblos indígenas.
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