La pandemia y lo público
Por Pablo Paniagua, investigador senior de la Fundación para el Progreso
La pandemia del Covid-19 ha sido un fenómeno que tendrá repercusiones no solo económicas, sino también efectos culturales e ideológicos. Es indudable que la amenaza del coronavirus, al afectar nuestras vidas y nuestras comunidades, también nos interpela como sociedad. Dicho en simple: la pandemia pone en cuestión nuestro paradigma del rol del Estado en la sociedad y nos hace reflexionar también respecto a nuestra concepción de lo público. Shocks biológicos de grandes magnitudes sin duda han puesto en cuestión el rol de los mercados, de la sociedad civil y del Estado en relación con dichas amenazas colectivas; interpelando, posteriormente, el cómo una sociedad puede dar respuesta a semejantes amenazas. Así, es importante reflexionar respecto a la naturaleza y complejidad de estas amenazas y en cómo estas evidencian la maleabilidad de la naturaleza de lo público, antes de enarbolar construcciones maniqueas respecto al rol del Estado.
El coronavirus ha generado un cambio radical en la naturaleza de ciertos bienes y servicios, en especial aquellos relacionados con la seguridad pública, el transporte y la movilización y los servicios de salud. La magnitud del shock hace que la escala del nuevo problema público sea de una dimensión y omplejidad superior a la que las instituciones privadas y gubernamentales estuviesen preparadas y originalmente diseñadas. Ante esto, el Estado ha pasado a cumplir un rol relevante, pero transitorio, de coordinador y de catalizador de las distintas actividades heterogéneas que componen lo público.
No obstante, intelectuales han hecho una lectura maniquea de la realidad, argumentando que esta crisis de salud es evidencia clara de que el sistema liberal y plural de producción de bienes y servicios públicos ha fallado rotundamente en resolver esta crisis y que, por lo tanto, el Estado debería expandir su rol protagónico y hegemónico en la producción de servicios públicos claves como la salud. Con todo, esta pandemia es utilizada para promover visiones dogmáticas y simplistas de lo público y del aparente rol monopolizador y excluyente del Estado.
Estas visiones sesgadas y estáticas de lo público y del rol del Estado, son erradas, en cuánto no consideran la naturaleza cambiante, compleja y dinámica de los desafíos colectivos que enfrentan las sociedades. Tampoco atienden el hecho de que lo público pueda estar compuesto, en realidad, de un sinnúmero de relaciones y redes maleables y plurales entre privados, sociedad civil, cooperación espontanea de los ciudadanos y también de distintas entidades gubernamentales locales.
En lo inmediato, habría que reconocer que un problema social tan complejo y de una escala tan grande, no es algo que el Estado —como un posible monopolizador de lo público— pueda solucionar por sí solo a través de un mero paquete de medidas provenientes del gobierno central. Para ilustrar esta situación, el caso comparado de Corea del Sur es paradigmático.
Corea del Sur es uno de los países que mejor ha sabido lidiar con la pandemia sin hacer colapsar los servicios de salud. No obstante y según los datos de la OCDE, Corea del Sur recaudó el 35,3% de su PIB como ingresos públicos en el 2017. Esta cifra es inferior a la de España (37,9%) y muy por debajo de Italia (46,5%) y Francia (53,7%). A su vez, el Estado de Corea dedica mucho menos recursos a la protección social y a la salud pública que el resto de los países de la OCDE. El hecho de que Corea haya sido capaz de responder a esta pandemia de forma eficaz —a prescindir del pequeño tamaño relativo de su Estado— es un indicio de que hay algo mucho más substancioso que el mero Estado dentro de la noción de lo público para resolver crisis sistémicas. Algo similar pareciera suceder en Japón, en donde una mezcla pluralista entre cultura de higiene, sociedad civil, colaboración y aislamientos sectorizados pareciera haber sido mucho más eficiente que un Estado hegemónico que monopolice la respuesta de lo colectivo.
Lo anterior evidencia que el Estado —contrario a lo que la ficción soberanista presupone—, es incapaz por sí solo, de abarcar y subsumir en su totalidad el concepto de lo público. Hoy, más que nunca, debemos reconocer que el Estado no es la única fuente responsable del concepto de lo público, ni tampoco la única respuesta plausible y suficiente a nuestros problemas comunes. La amenaza del Covid-19 nos lleva a reconocer que el concepto de lo público es, en definitiva, maleable y heterogéneo, compuesto por un sinnúmero de entidades no gubernamentales y de relaciones entre privados, cuerpos intermedios y gobiernos locales. La pandemia expone que el tamaño cambiante y dinámico de las externalidades o amenazas colectivas hace que el concepto de lo público también cambie en función de estas.
Asimismo, como hace sentido que prefiero que mi junta de vecinos del barrio —y no el gobierno central— se preocupe de la limpieza de nuestras cuadras, pero no de la seguridad nacional, lo mismo aplica para una pandemia global; en la cual ni lo privado, ni la sociedad civil, ni el Estado son capaces, por sí solos, de resolverla. La pandemia nos revela que, en ciertos contextos en donde hay una amenaza colectiva enorme, muchos elementos y organizaciones que creíamos estrictamente “privados” (como los mercados y los bancos) manifiestan también tener un rol social y público transcendental, demostrando así que estos también pueden formar una parte vital y potencial del concepto de lo público.
Dicho de otra forma, debemos abandonar concepciones maniqueas del Estado y de lo común y reconocer que el tamaño y composición de lo público debe cambiar y corresponder con el nuevo tamaño y complejidad de la externalidad que se está tratando de resolver. En este sentido, la cultura, la sociedad civil, las comunidades y los privados cumplen un rol público fundamental: ayudar a responder —de forma complementaria y pluralista— a una amenaza que pareciera desbordar nuestra concepción estática y sesgada de lo público.
Lamentablemente, ideólogos usufructúan de esta tragedia para desgarrar vestiduras y vilipendiar aquellas partes de la realidad que no coinciden con sus visiones dogmáticas de lo común. Finalmente, al igual que con la palabra “neoliberalismo”, esta pandemia se ha convertido en otro hombre de paja en la cual todos los sesgos intelectuales pueden verse confirmados, verificando así sus dogmas y sesgos. Es de esperar que una beneficiosa pandemia de sentido común limpie la cabeza de muchos intelectuales de viejos dogmas estatistas y de peligrosas interpretaciones de lo público.