La plaza de los impotentes

Plaza Baquedano


Por Hugo Herrera, profesor de Derecho, UDP

Hay quien se solaza en la destrucción del monumento al soldado desconocido y el retiro de la estatua del general Manuel Baquedano. El asunto tiene un nivel simbólico. La Plaza Baquedano es de los pocos espacios grandes en una ciudad hacinada y segregada.

“De la Plaza Italia para arriba” y “para abajo”, se decía antaño para señalizar el Santiago respectivamente de clase alta o baja. Sigue siendo más o menos así, aún en el tiempo en el que se pretende obviar a las clases y todos hemos devenido de clase media.

En algún momento en los noventa, la plaza se volvió el lugar de celebración de un país despolitizado. Ahí donde cabía harta gente de vuelta del Estadio Nacional y antes de hacer las combinaciones hacia los barrios lejanos, era el espacio disponible para festejar. La banda de curados alegres dio lugar al lumpen agresivo o al cuadro organizado.

En octubre y noviembre de 2019, sin embargo, la plaza fue también emplazamiento de la manifestación masiva; el objeto, junto al Parque Bustamante, de una especie de reivindicación espacial, de toma de posesión. La masa quería como instalarse, no moverse hasta que la redención ocurriese.

Es un claro. Eso es la plaza: un claro en una ciudad en la que no hay claros, dónde más acumularse, hallarse junto a otros. Por eso es, sin quererlo, el lugar del encuentro de las barras, del lumpen, de los cuadros y de la ciudadanía de la manifestación masiva.

Se llevan las estatuas y se piensa en un triunfo y en que hay un poder de sacar estatuas. En cierto sentido sí se trata de un triunfo y de un poder. Las hegemonías se juegan en el nivel de los símbolos. En un momento se sintió orgullo por las proezas bélicas y las virtudes guerreras, y se llenó al país de monumentos alusivos. Hoy la corriente va en otro sentido. El “roto chileno” sigue tranquilo en la Plaza Yungay. Pero hay una diversidad de estatuas militares que deben ser cuidadas o removidas.

Lo más llamativo, sin embargo, es que en la Plaza Italia -la misma de donde sacan a Baquedano- siga en pie sin ser tocado, más alto que todo monumento, por sobre todo héroe militar, encima de toda iglesia, el funesto edificio de la Telefónica.

Pretendía ser un teléfono celular gigante, envejeció mal. Ni su fealdad originaria, ni su desproporción con el entorno, ni su inhumanidad han impedido que siga ahí: más fuerte que cualquier ejército y religión. Caen los héroes militares -el conocido y el desconocido-, pero queda incólume el poder anónimo de la técnica y la empresa desmesurada; el edificio como diciendo: “este es el poder real”, el que le quitó, hace tiempo ya, el paisaje a los santiaguinos, los lugares de encuentro, la noción misma de comunidad, reemplazados por la urbanización de escasa humanidad, por el barrio-dormitorio, la ciudad colosal sin suficiente verde, sin la amplitud de los parques. Mientras abajo siguen agitándose impotentes grupos disconformes.

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