La politización del Estado y abandonar gobernar

(AP Photo/Esteban Felix)

Por Pablo Paniagua P., profesor investigador FARO UDD

En estas últimas semanas hemos presenciado cómo el gobierno, desde el Presidente de la República hasta sus más importantes ministros, han coqueteado con el intervencionismo político y con la intromisión electoral a niveles poco vistos desde la vuelta a la democracia. Pues bien, Boric y sus ministros han decidido bajar al lodo político para convertirse en rostros de la campaña política por el “Apruebo”. De hecho, una gran parte del gobierno está hoy movilizado y desplegado en campaña electoral por dicha preferencia. De esta manera, estamos presenciando el uso del poder del Estado y de otros organismos para hacer campaña electoral de una manera casi sin escrúpulos: desde el uso de cuentas de Twitter de organismos públicos, pasando por bonos sorpresa y el uso de imágenes de cantantes internacionales, hasta el uso de símbolos deportivos como lo es la camiseta de la selección nacional de fútbol.

Con todo, el Presidente ha decidido de facto abandonar su principal función de gobernar el país en beneficio de hacer campaña electoral y convertirse en el rostro eximio del “Apruebo”. Esto resulta paradójico pues lo que ha ocurrido es que esta nueva camada de jóvenes políticos que representan a la Nueva Izquierda, lo que ha hecho es sobrepolitizar, o politizar en exceso, al gobierno y a los poderes del Estado, hasta el punto en que han abandonado la tarea misma de gobernar. Así, de sopetón, hemos entrado a una distopía política: un proceso de radical politización social pero casi sin gobierno, ni orden. Esto es bastante pernicioso para nuestra democracia por varios motivos.

Primero, todo esto nos señala que Boric no sabe, ni desea, habilitar de manera neutral el cargo que ejerce, vaciándolo así de su real contenido: el administrar neutralmente el poder Ejecutivo por el bien del país. No cabe duda de que Gabriel Boric es un ser humano de carne y hueso, con preferencias políticas y con sesgos, pero, no obstante lo anterior, una institucionalidad saludable y un sistema democrático ecuánime, necesita que los seres humanos falibles estén, en cierta medida, a la altura de la neutralidad que sus cargos les exigen. De lo contrario, la institucionalidad se desmorona, el Estado de Derecho desaparece y nuestra democracia termina por ser una farsa que es utilizada con meros fines partidistas para imponer una visión de la vida común o de la política al resto.

Precisamente todo esto es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia de Chile y de Latinoamérica en general: un abuso y una sobrepolitización de los cargos de poder del Ejecutivo, vaciándolos de la neutralidad necesaria, en favor de promover la parcialidad y las preferencias partidistas de ciertos grupos políticos o de interés. ¿Se imagina usted si un presidente del Banco Central abandonara la imparcialidad técnica de la política monetaria, para favorecer a ciertos grupos comerciales y/o políticos?; pues bien, en Argentina esto es pan de cada día, lo que ha carcomido la institucionalidad de ese país a un punto de no retorno: durante el período de 1980 al 2019, la tasa media de inflación en Argentina fue de un 215,4% anual.

Segundo, y relacionado con lo anterior, el impúdico despliegue del gobierno en favor del “Apruebo” es preocupante dado el ya precario estado de nuestra institucionalidad y la crispada convivencia democrática. En efecto, debemos recordar el preocupante estado de descomposición política e institucional en el cual se encuentra el país, pues una cosa es el abandonar la tarea de gobernar y usar el poder del Estado para entrar en campaña cuando el país está en una condición estable y funcional, pero otra cosa muy distinta es hacer todo esto sobre un momento de descalabro institucional como el que vivimos. Dejar de gobernar para hacer cheerleading electoral es hoy análogo a arrojar bencina a nuestro incendio institucional.

Dado lo anterior, uno se esperaría que un presidente con altura de miras y preocupado por la salud institucional de nuestra democracia, encarnara su rol con altos grados de neutralidad política, y que fuera así mucho más que un simple hincha de una causa política. Precisamente es esto lo que ha ocurrido durante esta semana: el Presidente Boric ha abandonado el gobernar, para convertirse en un porrista de una causa política, al dedicar su tiempo en la calle a firmar copias del borrador de Nueva Constitución, a twittear memes en favor del “Apruebo”, a cantar canciones de Pablo Milanés, etcétera. Dicho nivel de arbitrariedad y de abandono de la neutralidad ha llegado a tal punto que se han visto cuentas de Twitter de organismos públicos siendo utilizadas para promover mensajes electorales en favor del “Apruebo”, y de los alcaldes, jueces y ministros mejor ni hablar. Si el mismo Presidente se convierte en cabecera del cheerleading y del partidismo político, abandonando su rol, entonces ¿qué queda para el resto de los organismos públicos y otros poderes del Estado?

Tercero, este ejemplo de campaña política y sobrepolitización del Estado ilustra además cómo sería nuestro crispado futuro político en el caso de que se aprobara el borrador de Nueva Constitución, pues este incluye el mecanismo inmediato de reelección presidencial. Así las cosas, el gobierno y organismos del Estado haciendo fuerte campaña electoral por la nueva Constitución, es nada más que la antesala de lo que nos espera: el riesgo de que políticos y mayorías circunstanciales del bando contrario marginen a las minorías disidentes al utilizar y desplegar, sin escrúpulos, todo el aparato estatal a su servicio para hacer campaña electoral permanente y perpetuarse así en el poder. En fin, una sobrepolitización del Estado que termina por envenenar a la misma democracia.

Es necesario, por el bien de nuestra ya debilitada democracia, que el Presidente sea el primero en cuidar la institucionalidad política y la neutralidad de los cargos del Estado, de lo contrario terminaremos por politizar y envenenar el Poder Ejecutivo, convirtiéndolo en un mero instrumento de campaña electoral para la preservación eterna de algunos en el poder, como ya lo han hecho tantas izquierdas y derechas antidemocráticas en la región. Lamentablemente con su actuar, Boric ha contribuido a desmantelar los vestigios que nos quedaban de institucionalidad, al horadar la misma institución presidencial y su cargo. Resulta insólito que en las últimas elecciones Kast-Boric, muchos pintaran a JAK como un grave peligro para la democracia, mientras que ponían a Boric como un supuesto paladín de ésta. Lamentablemente los dichos y el actuar del Presidente en estas últimas semanas, ponen en dudas su real compromiso con la democracia y con las instituciones republicanas en las cuales esta se funda. Es probable que ni siquiera JAK se hubiera atrevido a tanto. El hecho de que todos aquellos “preocupados” por la democracia hace algunos meses atrás hoy guardan silencio ante el actuar de Boric, demuestra cómo Chile pareciera tener una democracia de cartón que se defiende solo cuando favorece a un lado del espectro político. Cuando nuestra democracia termine siendo una farsa, también lo terminarán siendo nuestras libertades.

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