La producción como problema político
Investigadores e instituciones (la OCDE, entre ellas) están contestes en que la productividad se estanca y la economía agrega escaso valor a sus productos. El estancamiento tiene no sólo consecuencias económicas. Además, provoca malestar social.
Este malestar usualmente se halla fuera de los análisis cuantitativos. Entenderlo exige ampliar el marco comprensivo y captar el significado vital de la actividad productiva.
Esa actividad puede ser, ella misma, campo de plenitud o frustración. Hay trabajos en los que se vivencian más nítidamente sus efectos en la mutación del entorno; en los cuales la experiencia de la energía humana aplicada -antes que a especular- a transformar la realidad, resulta en una satisfacción manifiesta. En cambio, hay modos de empleo en los que esas vivencias se dificultan.
El trabajador es, en parte fundamental -ocho horas al día- su trabajo. Si el trabajo exige de sus fuerzas de manera que él puede percibir claramente sus resultados -como producto extraído, proyectado o confeccionado, como problemas o dolencias resueltas-, entonces el trabajador participa de una plenitud que no se agota en la paga, sino que es inherente a su actividad.
El estancamiento productivo -como el que experimenta el país- tiende a coincidir con labores que se inclinan a la monotonía, que aparecen como poco relevantes. Si el estancamiento es inveterado y ocurre en un contexto abierto como el chileno, él genera, además, una creciente amenaza de pérdida del empleo y daño a las remuneraciones. El trabajo, entonces, no sólo arriesga dejar de tener significado vital, como reiteración estéril, sino devenir ocasión de angustia, del “miedo inconcebible a la pobreza”.
En la actual crisis social y política, el malestar productivo luce tener una influencia descollante. La historia y los datos disponibles permiten afirmar que aquella crisis se debe, en parte relevante, al surgimiento de nuevas clases medias, aún muy precarias, que exigen de los sistemas político, económico y educativo, respuestas que ellos no están en condiciones de brindar.
Se hace necesario, así, pensar en las maneras de brindar cauce eficaz y de sentido a las fuerzas productivas. Esto exige al menos: articular, pronta y masivamente, una política nacional de ciencia y tecnología, destinada a agregar valor decisivamente a los productos; fortalecer una institucionalidad territorial, que hoy es famélica, que favorezca la dispersión armónica de las industrias y los trabajadores por el paisaje y sus recursos; instaurar políticas que apunten a la división del poder económico y formas colaborativas de empresas; generar condiciones sociales razonables y comunes, que aseguren la lealtad del cuerpo laboral con la institucionalidad.
En la crisis epocal por la que atravesamos, repensar el modelo productivo se vuelve una condición fundamental de una salida institucional.
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