La prueba de marzo

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No resulta nada exagerado sostener que lo que ocurra en marzo gravitará decisivamente, para bien o para mal, en el futuro del país. Así creo lo percibe y siente buena parte de la sociedad al cabo de cuatro meses en los que han abundado factores de profunda incertidumbre. El deseo predominante es hoy vivir en paz, en condiciones que permitan dejar atrás la violencia y la destrucción, y consecuentemente retomar el estado de derecho en todas las dimensiones de la convivencia social.

La mayor inquietud es si habrá desmanes de la envergadura de los de octubre/noviembre del año pasado, y qué harán las autoridades encargadas legalmente y constitucionalmente frente a ello. Lo que no existe esta vez es el factor sorpresa. Por lo tanto, el gobierno y las policías ya saben a lo que se enfrentan, y deberían estar en condiciones de proteger mejor a la población. Es de esperar que la sociedad responda con mayor lucidez al hacerse más nítido el propósito destructivo y antidemocrático de los activistas de la violencia. No se sostiene a estas alturas el relato de que la devastación y el pillaje tenían, al fin y al cabo, una justificación “social”. Precisamente por eso fue lamentable que algunos artistas que participaron en el Festival de Viña hayan insistido en esa visión indulgente y hasta de solidaridad con los violentos, que ha sido la fuente de las mayores confusiones en este período.

Lo realista es pensar que el 8 de marzo habrá una masiva y legítima manifestación con motivo del Día Internacional de la Mujer, pero es nada descartable que los grupos de acción directa busquen ser una vez más los verdaderos protagonistas. Ellos tratarán de que todas las marchas de este mes, cualquiera que sea el lema con que son convocadas, refuercen la percepción de que hay un levantamiento popular en marcha. Es jugar con fuego, por supuesto.

A diferencia del año pasado, existe ahora mayor conciencia sobre la necesidad de rechazar la violencia. Es más claro hoy el hecho de que “la democracia está en jaque”, como dijo el ministro de Hacienda, Ignacio Briones, en una entrevista radial. En este sentido, fue muy valorada la declaración de más de 500 personas identificadas con la centroizquierda y los gobiernos concertacionistas, que condenó sin apelación la violencia y llamó a establecer un gran acuerdo por la democracia y las reformas sociales. Ese es el consenso más importante que necesita el país.

Pueden venir días difíciles. Pero todo dependerá de la reacción de cada sector, en primer lugar, de quienes desempeñan funciones de representación. Nadie puede guardar silencio. Será positivo si los medios de comunicación -en su derecho inalienable a informar- tienen presente la paz interna y la defensa del orden democrático. Pueden ayudar a la moderación y la responsabilidad cívica.

En un escenario de crispación, todos los que anhelamos una convivencia razonable debemos colaborar, no dar señales equívocas y contribuir a un debate urgente pero en calma sobre los pendientes de nuestro país. Mucho nos jugamos, lo que hemos construido, también lo que queremos construir. Tanto los que hablan de reformas menores o mayores como los que postulan un cambio estructural requieren de elementos básicos de funcionamiento social, de orden público, de respeto a las normas que nos rigen. Sin ello, nada bueno nos espera.

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