La rendición
Por Sergio Muñoz Riveros, analista político
No sorprendió que el PS, la DC, el PPD y el PR hayan confluido electoralmente con el Frente Amplio y el Partido Comunista en la segunda vuelta presidencial. Unidos contra Piñera, han sido felices en estos años, perfectamente sintonizados en las cosas importantes, en primer lugar, los intentos por destituirlo, por las buenas o por las malas. Hasta se ilusionaron con volver a La Moneda antes de cuatro años. Todos ellos firmaron el manifiesto insurreccional del 12 de noviembre de 2019, en el que anunciaron que el proceso constituyente había comenzado en las calles. Fue el día en que fue quemada la Iglesia de la Veracruz, en la calle Lastarria, y la barbarie se expresó en cientos de lugares al mismo tiempo. Es cierto que el fascismo ha estado presente en nuestro país.
Los nuevos aliados estuvieron a punto de juntarse en la primaria legal, en julio, lo que se frustró por el desprecio del PC al PPD por neoliberal, y a la DC por conservadora. El presidente del PS seguramente no ha olvidado el bochorno de la noche en que fue a firmar el acuerdo de unidad con las fuerzas de Boric y Jadue, mientras su candidata presidencial esperaba noticias en la sede socialista. Luego del portazo en las narices, la candidata dijo que el PC y el FA no garantizaban la gobernabilidad del país.
Nadie esperaba, por supuesto, que los exconcertacionistas optaran por Kast, pero por lo menos la inclinación hacia Boric pudo ser menos reverencial, ligeramente digna. El PS se limitó a oficializar lo que todo el mundo sabía: que la mayoría de sus militantes votaron por Boric en primera vuelta, y no por Provoste, quien había ganado la consulta de agosto y contaba con el respaldo oficial del PS. Nada nuevo bajo el sol. En la elección de 2009, buena parte del PS votó por Enríquez-Ominami, y no por Frei Ruiz-Tagle, que era el candidato proclamado, y en el PPD pasó lo mismo.
El país ha sido testigo del triste acto final de los partidos de la antigua Concertación. Han terminado de dilapidar el patrimonio que alguna vez tuvieron. Recorrieron el camino completo del sometimiento a la izquierda populista, que los fustigó durante largo tiempo por haber liderado la transición con sentido de Estado y haber gobernado fructíferamente. Se convencieron de lo contrario.
Nada retrata de modo más crudo la claudicación de la antigua centroizquierda que lo ocurrido en la DC. A este partido, le pasó de todo desde que perdió la autoestima, olvidó los valores que defendió por décadas y dejó de tener sentido del decoro. La lectura del tosco texto aprobado por su Junta Nacional refleja la pobreza de las motivaciones. A la DC no le sirvió de nada el empeño por ser más izquierdista que los izquierdistas. Perdió hasta la camisa, además de cualquier resto de fuerza espiritual.
¿Surgirá una nueva fuerza de centroizquierda, firmemente democrática, liberada de complejos, distante de cualquier variante demagógica? Quién puede saberlo.
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