La responsabilidad de las fuerzas de oposición
Por Carlos Ominami, economista
Aunque con un resultado mucho más estrecho el plebiscito del 5 de octubre de 1988 abrió un camino nítido por el cual transitar. No está ocurriendo lo mismo con el del 25 de octubre, a pesar de lo abultado del resultado. Prevalece en estos días una sensación de vacío e incertidumbre. Todo ocurre como si no hubiera gobierno ni tampoco oposición. La falta de liderazgo del gobierno ya no es simplemente un reproche que le hacen sus críticos. Sus propios partidarios así lo asumen y es tema obligado de las páginas editoriales de los principales medios. Las dudas y vacilaciones para enfrentar la ofensiva por el retiro de ahorros previsionales han sido la última demostración de la falta de conducción, especialmente peligrosa en condiciones de pandemia, crisis económica y social, y faltando todavía más de un año para el recambio presidencial.
La situación se hace especialmente grave porque la oposición no ha conseguido llenar el vacío plantándose en la escena pública como una fuerza capaz de sacar adelante el conjunto de tareas que Chile tiene por delante: superar la crisis sanitaria, reactivar la economía, extender la protección social y llevar a buen puerto el proceso constituyente.
El estallido social puso abruptamente en cuestión la agenda gubernamental. Las prioridades de la calle se sitúan en muchos sentidos en las antípodas de las convicciones más profundas del oficialismo. Pero, la revuelta no tuvo como blanco único al gobierno. Las fuerzas de oposición resultaron también muy maltrechas.
Lo propio de las revoluciones es la destrucción del viejo orden y su remplazo por uno nuevo acorde con las demandas de las fuerzas que la impulsan. Lo de Chile no es una revolución. El viejo orden está herido probablemente de muerte. Sus defensores han perdido toda credibilidad, pero no ha surgido una nueva dirección reconocida como legítima por los protagonistas de la revuelta. La crisis de representación es total y abarca también a las fuerzas más nuevas que habían emergido de las grandes movilizaciones del 2006 y 2011.
Esta es la raíz del vacío político que vive el país. La salida pasa en el mediano plazo por el éxito del proceso constituyente, único capaz de hacer emerger un nuevo orden legítimo. El camino para llegar a una nueva Constitución es largo y escarpado. Las resistencias que opone el viejo orden que no se resigna a desaparecer lo harán aún más difícil. Y más aún, iniciativas del gobierno como el recurso al Tribunal Constitucional por el segundo 10% pueden ser la chispa que falta para volver a encender la pradera.
En este cuadro, la responsabilidad de las fuerzas de oposición es gigantesca. Tienen que velar para que la institucionalidad no se desplome, para que se cumplan los compromisos, para que se contenga la violencia, para que se materialice a cabalidad el mandato del 80% que el 25/O aprobó en forma arrolladora la idea de una nueva Constitución.
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