La revolución Amarilla
Por Álvaro Ortúzar, abogado
El movimiento nació hace pocas semanas y ha concitado apoyo; se puede decir que transversal. Sus fundadores, si bien de la élite intelectual, académica o política de izquierda, han llamado a sumarse a su visión sin distinción. Y lo que se concluye de ella es profundamente preocupante: la Convención Constitucional ha perdido, hasta ahora, la sensatez y equilibrio que deben preponderar en el encargo que les fue encomendado. Desoyendo su mandato, grupos de izquierda radicalizados actúan de manera aplastante contra una derecha que se muestra decaída, carente de líderes, boqueando. Pero no olvidar: enemigos, al fin y al cabo. De estos grupos está surgiendo un anteproyecto de nueva Constitución que, como se lee cada día de las normas aprobadas por comisiones, parece una conjura de desequilibrados empeñados en destruir -o dejar que ello ocurra- la democracia. Abjuran de nuestra historia; la olvidaron antes de entenderla.
De allí surge este movimiento. Los fundadores señalan en su manifiesto que las grandes tragedias del mundo han ocurrido cuando los amarillos han sido acallados. Esta percepción ya es, en sí misma, trágica y, si se comparte, es que estamos a las puertas del caos. Insinúan que, de seguirse por este camino, la Convención generará una propuesta de Constitución que no será representativa, por lo que es posible que no exista nueva Carta Fundamental. Es decir, se impondrá el “rechazo”, si lo que se presenta al país es una Constitución en que no habría orden con libertad ni cambios con estabilidad. En otras palabras, la misma ciudadanía que dispuso que los convencionales tradujeran su voluntad en normas, terminan rechazando la propuesta. Un país a la deriva, frustrado e indignado. El fracaso es de todos. Las ideas de la izquierda socialdemócrata -al estilo de Aylwin y Lagos- llamados “guerreros del arcoíris”, resultarían secuestradas por fanáticos de posturas radicales. La derecha tradicional y democrática sencillamente desaparecería. Hasta aquí lo que hemos entendido del manifiesto y de las ideas de quienes lo sostienen.
A algunos nos estremece sentir que nos llaman a soñar con el país que siempre fuimos, con respeto recíproco, aceptando y dando vigor a los cambios que la sociedad desea. Nos preguntamos qué ha ocurrido ante nuestras narices para que el futuro de Chile esté amenazado por un dilema ridículo, como los que son propios de las revoluciones comunistas: triunfar o morir.
La pregunta, a nuestro modo de ver, es: sin ser la actual una situación de tal riesgo como se la presenta, ¿existe la posibilidad de que sí lleguemos a encontrarnos cerca del abismo? La respuesta es que sí. Y la razón es que la mayoría de los convencionales son “hijos” del estallido social; e hijos hubo de todo, desde los que entendieron lo que la ciudadanía reclamaba, hasta los rupturistas a ultranza, los que aceptan o instan a la violencia. Se están imponiendo estos últimos. Ahí está la tragedia, cuyo final puede anticiparse. Frente a la sola existencia de esa posibilidad, nos declaramos amarillos.
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