
La tía Evelyn y el locutor

“Fue peor que un crimen, fue un error”. La frase, atribuida a Joseph Fouché —el sinuoso ministro de Policía de Napoleón Bonaparte, revolucionario devenido en maestro de la conspiración— ha sobrevivido siglos por su precisión letal. Fouché no se refería a una falta moral, sino a una equivocación que traiciona el sentido estratégico más elemental. Un acto que no solo infringe principios, sino que perjudica los propios intereses. Y así mismo fue en la entrevista que dio Evelyn Matthei a Radio Agricultura.
Durante su intervención en el programa, la exalcaldesa de Providencia revivió una de las tesis más oscuras del pasado reciente chileno: la idea de que hubo “muertes necesarias” en el contexto del golpe de Estado de 1973, e incluso se deslizó la noción de que lo ocurrido fue una especie de “guerra civil”. No hay un solo historiador serio que respalde tal construcción. Pero más allá del escándalo ético de relativizar el horror, lo verdaderamente sorprendente es la torpeza política del gesto. No porque haya “sepultado a la centroderecha”, como sugieren algunos optimistas melodramáticos, sino porque interrumpió al oficialismo justo cuando éste estaba envuelto en una tormenta perfecta.
Hasta ese momento, la primaria del oficialismo era una obra en tres actos de descoordinación: Tohá, Vodanovic y Jara se propinaban frases cada vez más duras, el Partido Socialista se enredaba con la sucesión de Isabel Allende en el Senado y el gobierno observaba, impotente, cómo su sueño de unidad se convertía en una pesadilla de recriminaciones cruzadas. En ese instante, Matthei apareció como un relámpago: no para iluminar, sino para eclipsar.
Napoleón solía advertir: “Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”. Pero Matthei hizo exactamente eso. Porque si hay algo que une a la izquierda es el recuerdo del 11 de septiembre de 1973. La frase de Matthei borró de un plumazo las rencillas. Y emergió un nuevo relato: el de la resistencia, la memoria, la dignidad. Desde los sectores más institucionales hasta los más combativos, todos reaccionaron al unísono. Incluso La Moneda, que venía capeando tormentas propias, encontró en esas declaraciones el catalizador perfecto para alinearse. El propio Presidente salió a marcar distancia.
La gran beneficiada fue Carolina Tohá. No solo por su biografía —hija de un ministro asesinado por la dictadura— sino porque encarna una alternativa capaz de seducir al centro político, ahora profundamente incómodo ante la imagen de una candidata que relativiza el terrorismo de Estado. Lo que parecía una competencia atrapada en el barro de la izquierda se convirtió, de pronto, en un trampolín para reconfigurar alianzas.
Sin embargo, sería un error mayor creer que Matthei ha perdido la batalla. La derecha aún mantiene ventaja en los temas que hoy deciden elecciones: seguridad, salud, empleo, crecimiento económico. El oficialismo, hasta ahora, no ha logrado construir un discurso persuasivo en esos frentes. Y si bien el recuerdo del pasado convoca, no garantiza el triunfo. La ciudadanía, pragmática y cansada, vota con la billetera y la percepción de orden, no con el archivo histórico en la mano.
Además, la primaria oficialista no se juega en el vacío: se disputa en un contexto de baja popularidad gubernamental, de desgaste político y de fracturas visibles. Pero, como en la fábula de la liebre y la tortuga —donde gana quien menos parece poder hacerlo—, la historia siempre guarda espacio para lo improbable.
Por Carlos Correa Bau, ingeniero civil industrial, MBA.
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