La toma del Capitolio
Por Jorge Heine, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Boston
La última vez que el Capitolio de los Estados Unidos fue ocupado por fuerzas enemigas, fue en 1814. Ello fue después de la batalla de Bladensburg, en que tropas británicas quemaron la Casa Blanca y el Capitolio. La diferencia, en este caso, es que las turbas que se tomaron el edificio, fueron alentadas por el propio Presidente Trump, quien las llamó a Washington y las arengó a marchar hacia el Congreso, a apoyar a los legisladores empeñados en detener la certificación del Presidente electo Joe Biden.
La falla de seguridad ocurrida es monumental. Como alguien que vivió por muchos años en Washington D.C. y que tenía que identificarse y pasar por un control de rayos X cada vez que entraba a su oficina, en un mero centro de estudios, conozco bien los niveles de seguridad en la capital federal. El que la policía del Congreso, con 2.000 efectivos, haya sido incapaz de prevenir el asalto al Capitolio, es inexplicable. Cuando el verano pasado hubo marchas de apoyo al movimiento “Black Lives Matter” en Washington, el despliegue de tropas alrededor del Capitolio fue impresionante. En este caso, con manifestantes en su abrumadora mayoría blancos, ello no ocurrió. La pasividad de la policía, algunos de los cuales se tomaron fotos con los manifestantes, fue chocante.
El espectáculo de los seguidores de Trump paseándose con banderas de la antigua Confederación, blandiendo ametralladoras, ocupando la oficina de Nancy Pelosi, robando artefactos, y ufanándose de su impudicia, fue una bofetada en la cara de ese templo de la democracia que es el Capitolio. La detención, ese día, de apenas 68 personas, cuando fueron cientos los que participaron en la toma, y miles los que rodearon el edificio, le da un toque de comedia. El que el secretario de Homeland Security, Chad Wolf, se haya encontrado en una especie de gira triunfal por el Medio Oriente mientras todo esto ocurría, añade un elemento de teatro del absurdo.
Esto fue una crónica de una toma anunciada. El verano pasado, turbas similares se tomaron el edificio de la legislatura en el estado de Michigan, también alentadas por Trump. El autoritarismo incipiente, si no se le para en seco, extiende sus tentáculos hasta estrangular la democracia. Hasta ahora, la actitud ha sido dejar que Trump haga lo que le parezca. Faltan aún casi dos semanas para la toma de posesión de Joe Biden. La gran pregunta es si el país resistirá, y si alguien va a estar dispuesto a hacer algo por remover al principal culpable de este momento negro en la historia de la democracia más antigua, y en muchos aspectos más exitosa, de la era moderna.
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