La venganza de los anti-establishment

Convención Constitucional: 24 de Febrero 2022


Por Carlos Mélendez, académico UDP y COES

¿Qué pasa por la cabeza de convencionales en el momento que, después de arduas deliberaciones, consideran una forma de gobierno que descuartiza al Poder Ejecutivo en tres: Presidente, vicepresidente y ministro de gobierno? ¿Por qué esa obsesión de eliminar del Legislativo, sea como sea, el Senado, aunque sea en nombre? ¿A qué se debe ese afán de incrustar cuánta asamblea popular se pueda en todas las instancias descentralizadas del Estado? Aunque ninguna de estas iniciativas ha sido aprobada en el Pleno de la Convención Constitucional (CC), vale preguntarse por la “ideología” que inspira tal creatividad.

En la CC predominan sentimientos anti-establishment que han derivado en entender la ingeniería constitucional como un desmontaje de regulaciones que se consideran responsables del statu quo injusto. Por lo tanto, hay un ánimo de revancha institucional que conduce las propuestas no necesariamente por el camino de la recomendación técnica, sino por el ingenio rebelde de constitution-makers autopercibidos como portadores de saberes alternativos al “modelo”; los más presumidos, portavoces de la sabiduría popular. (¡Imagínense quienes se creen tecnócratas y anti-establishment!).

Esto último nos lleva al segundo elemento dominante en la cultura política de la CC: la pretensión de representatividad popular. Se trata del foro deliberativo con menor participación de la clase partidaria tradicional, elegido en un contexto de calentura social y con reglas que permitieron la sobrerepresentación de minorías marginadas históricamente. Corrían los tiempos de la efervescencia de los cabildos ciudadanos, de la quimera de la democracia participativa como génesis de un nuevo pacto social. Por lo tanto, a la revancha anti-establishment se le suma la ilusión del activismo ciudadano maximalista como soporte estructural de una sociedad incrédula de partidos.

El salto del cabildo ciudadano al Palacio Pereira -sin la intermediación de partidos- ha generado la preponderancia de reflejos populistas (entendiéndolos como antielitistas y exageradamente confiados en la sabiduría popular). Si bien varios de los actuales convencionales “independientes” tienen vínculos con redes sociales territoriales, estos no procesan los intereses reflexivamente, pensando en el largo plazo y en una sociedad más plural, sino que entienden la representación como un mandato casi directo. Así, el convencional siente que representa en tanto alza el volumen de la demanda -y no como “traductor” de la misma- y en tanto “más abajo” llega en la conexión de base. El gran poder popular resulta, bajo este entendimiento, más genuino cuan más “micro” es.

Una Constitución no es solo un pacto social, sino también una conceptualización del uso del poder. Así, el resultado de este cóctel de construcción constitucional postestallido (con los ingredientes de revanchismo anti-establishment, idilio con la soberanía popular y microterritorialización) es la pulverización del poder. Es la estructura mental con la que se está diseñando el futuro de Chile.

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