La “violencia” de las redes sociales

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Por Fernando Atria, presidente de Fuerza Común (partido en formación)

La referencia a la “violencia” de las redes sociales se está convirtiendo en un lugar común. En ellas campearía una suerte de “neoinquisición” que amenaza a la libertad de expresión. Toda opinión que no satisface a “las masas” es sometida mediante “linchamiento”, “amedrentamientos” y “carnicerías humanas”.

A todo esto se suma ahora el propio Presidente de la República, que en su cuenta pública condenaba la violencia “venga de donde venga, ya sea física o a través de Redes Sociales o por cualquier otro medio” (las mayúsculas están en la versión oficial del discurso).

¿En qué consiste lo que llaman la “violencia de las redes sociales”? Para responder esta pregunta hay que atender a los casos que ellos mismos denuncian. El más recurrentemente citado como ejemplo es el de Cristián Warnken, que fuera ácidamente y vulgarmente criticado por la entrevista que le hizo al entonces ministro de Salud, Jaime Mañalich.

Por ácida y vulgar que sea, sin embargo, no puede asimilarse la crítica por redes sociales a la violencia. Es que el mismo derecho que tiene Warnken para expresar sus opiniones sobre el ministro y sobre los críticos de éste lo tienen los demás para opinar sobre lo solícito de su entrevista al ministro. La libertad de expresión es igual para todos.

Calificar esa vulgaridad como violencia, aparejándola a la ejercida “por cualquier otro medio”, es una exageración absurda que devalúa el reproche que la violencia merece. ¿Es que el que usa un arma de fuego para intimidar a otro merece la misma crítica que el que lo insulta por Twitter? La equiparación es absurda. Pero a pesar de ser absurda se ha convertido en un lugar común. ¿Hay algo aquí?

Las redes sociales significaron una forma de comunicación apta para llegar a todos y en la que cualquiera puede participar. Antes de ellas, la comunicación apta para llegar a todos era mediada (por medios llamados “de comunicación social”). Las redes sociales, entonces, han permitido que cualquiera participe, y de ese modo han creado espacios de comunicación sin filtro editorial alguno.

La discusión pública, entonces, deja de ser una discusión de élite. Por eso las redes sociales son parte del momento antielitista actual. Esto, por cierto, no debe llevar a una comprensión ingenua de ellas: en las redes sociales la manipulación y la dominación son también posibles, por lo que no son garantía de una forma inclusiva y democrática de comunicación. Pero al eliminar las mediaciones de la discusión pública, eliminaron también los controles que se alojaban en esas mediaciones.

Esta comunicación sin filtro amenazaría la libertad de expresión. Es que las formas institucionales no están acostumbradas a estar expuestos de modo tan directo al poder de la opinión, que recientemente ha sido capaz incluso de vencer al mayor poder fáctico existente, el de las AFP. Ese poder de la opinión no debe ser idealizado, por cierto, pero claramente es un poder que está en el centro de la idea democrática.

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