Las cosas por su nombre
Por Juan Carvajal, periodista y ex director de la Secom
Cuando el pasado 13 de junio se concretó la salida del ministro de Salud, tenía lugar el tercer cambio ministerial en solo ocho días. En cualquier lectura que uno quiera darle, incluso una benévola, eso significa un gobierno en crisis. Si un Presidente no tiene claro cuándo va a hacer un cambio, que hay carteras que generarán dinámicas negativas o que se requieren señales públicas más robustas, ello quiere decir que algo huele mal en Palacio.
Porque era muy evidente que la situación del ministro de Salud ya no daba para más. Según sus propias palabras, se habían caído todas sus previsiones, a todas luces la estrategia implementada había fracasado y su credibilidad pública estaba muy cercana a cero. Algún día sabremos porqué, si todo esto era tan obvio, se “aguantó” su salida, entregando con ello otra señal confusa desde el punto de vista público.
¿Cuál es el afán de querer aparecer siempre como ganadores, como primeros en cualquier lista, como encabezando cualquier ranking? La vida nos ha ido enseñando duramente que la soberbia es mala consejera y que la humildad -que es un bien que hay que saber cuidar- es fundamental en cualquier proyecto, organización y, con más razón aún, para gobernar. Ha quedado claro en estos días que tenemos un personal de salud que se ha sacrificado, que ha pagado altos costos y que se ha transformado en el principal sostén para el intento de controlar esta tragedia. También ha quedado al desnudo que el nuestro no es el mejor sistema de salud del mundo como pretendió hacer creer el exministro, ni encabezamos los ranking de estrategias exitosas para combatir el coronavirus, ni mucho menos que logramos establecer tempranamente una meseta que hacía posible la vuelta a una nueva normalidad, retorno seguro, etc., cuando por estos días connotados profesionales de la salud señalan que lo peor aún está por venir entre junio y julio.
La dura realidad es que hoy estamos ocupando lugares destacados en cantidad de contagiados y fallecimientos por millón de habitantes, estamos a punto de un colapso total en materia hospitalaria y tenemos una significativa cantidad de ciudadanía que no quiere o no puede resguardar las normas para detener esta ola de contagios.
Hay serios problemas de credibilidad, somos un país con alta desigualdad y después de esto tendremos alta cesantía, hambre en muchos hogares y mucha rabia, que es lo que vendrá después del miedo.
Ojalá las autoridades entiendan esto y se den cuenta que de esta crítica y caótica situación solo saldremos con un esfuerzo mancomunado de todos los sectores, con el concurso de las voluntades de diverso tipo y, por sobre todo, con una comprensión profunda de que nadie puede quedar fuera de los esfuerzos por vencer a la pandemia.
Eso es lo único real y verdaderamente importante.
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